jueves, 11 de diciembre de 2014

CIA, gobernar desde el lado oscuro

Publicado originalmente en El Telégrafo
Las elecciones de noviembre que dieron la mayoría del Senado a los republicanos -después de haber perdido el control en los últimos ocho años- han sacudido cualquier pretensión de comodidad que hubiese existido en las filas de los demócratas, más aún, al presidente Barack Obama.
Frente aquello, existe la tesis de que los demócratas, a contratiempo para la llegada del período republicano en la Cámara Alta en enero 2015, han traducido los resultados en un giro de timón, con el fin de escalar posiciones frente a la opinión pública y a los ciudadanos. Por un lado, Obama, a través de un decreto, eliminó la amenaza de deportación de cerca de 4,7 millones de indocumentados, y por otro, el Senado ha sacado a la luz el reporte de su Comité de Inteligencia que revela las inhu
manas técnicas de tortura empleadas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).
Pero, ¿hasta dónde puede sacrificarse la seguridad nacional con el fin de recuperarse moralmente de una pérdida electoral? La ecuación por sí sola es débil. En efecto, la develación del reporte excede el único objetivo de ganar nuevamente terreno por parte de los demócratas, pues el alto costo ya ha empezado a sentirse: por ahora, el secretario de Defensa, Chuck Hagel, ha ordenado reforzar la seguridad de todas las representaciones -diplomáticas, etc.- de Estados Unidos en el extranjero y las instalaciones estratégicas casa adentro.
No es para menos, el informe revela siniestras técnicas de ‘interrogatorio intensificado’ aplicadas por la CIA tras los ataques del 11 de septiembre, como: ahogamiento simulado, privación del sueño, alimentación rectal, incluso abusos sexuales. La situación empeora si se tiene en cuenta que 26 de los 119 detenidos eran inocentes. Además de tales crueldades, en algunos casos la CIA habría proporcionado jugosos subsidios a los países que permitían mantener prisiones clandestinas, por ejemplo a Polonia y Rumania.
Como el propio Obama lo ha reconocido, no hay momento adecuado para la publicación de un informe de tal calibre. Pero más allá de lo obvio y deleznable, no es descartable intentar comprender este acontecimiento con la falta de legitimidad de la ‘autoridad’ estadounidense en el mundo. Estados Unidos no da puntada sin dedal, menos aún en asuntos que involucran su seguridad nacional, por lo que esta aparente ‘transparencia’ más bien parece dirigirse a recuperar cierta ‘imagen’ hacia afuera, desmarcándose de la era Bush, como si fuera un paréntesis en su historia.
Lejos de que su ‘excepcionalidad moral’ (superioridad moral, capacidad de juzgar la conducta de los demás Estados) se viera debilitada por este destape, Estados Unidos no ha dudado en -acto seguido- imponer sanciones contra Venezuela. Un contrasentido histórico y peor aún de autoridad.
No hay que olvidar que la CIA espió las computadoras de los senadores que investigaban las torturas, así que, probablemente, temían lo que finalmente ha ocurrido. Hay algo más en todo esto: no es la primera vez que se confirman las actuaciones ilegales de la CIA, antes, ya reconoció que estuvo involucrada en el golpe de Estado contra el presidente de Chile, Salvador Allende.
Por último, las revelaciones del Senado sobre las prácticas perversas de la Agencia de Inteligencia recuerdan la tesis de la existencia de ‘dos Estados’, uno público y de rostro democrático, y otro ‘profundo’ paralelo, en el que convergen acciones secretas de los aparatos militares y de inteligencia. Por tanto, ¿se trata esta vez del debilitamiento de las redes de influencia de este ‘Estado oculto’ frente al ‘democrático’ en circunstancias en las que el intervencionismo militar estadounidense parece ya no ser el método?

lunes, 1 de diciembre de 2014

La ‘Casa Blanca’ de Televisa

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí

México vive una de las peores crisis políticas y sociales de su historia. La violenta desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en manos del crimen organizado, con la complicidad de la fuerza pública y del gobierno local, terminó por detonar todo el desgaste acumulado, no solo por el poder ejecutivo, sino de aquel legislativo, judicial y hasta del mediático.
Penosamente no se trata solo de Enrique Peña Nieto, del Partido Renovador Institucional (PRI), ni del procurador Murillo Karam. No solo. Las prácticas de corrupción, un sistema político excluyente de años, el pacto con los monopolios de comunicación, entre otros, han terminado por transformarse en un habitus en las estructuras de poder.
El caso de ‘La Casa Blanca’ tiene un poco de varios elementos que por hoy permean el quehacer de la política mexicana. En días pasados varios medios difundieron la noticia de la ‘casa blanca’ de Peña Nieto. Una mansión ubicada en el exclusivo barrio de las Lomas de Chapultepec, valorada en $ 7 millones de dólares. Lejos de apaciguar las aguas, las declaraciones de la esposa del presidente, Angélica Rivera, en las que reveló que se trataba de un inmueble adquirido como producto de su trabajo como actriz de Televisa y que vendería los derechos de compra-venta con el fin de evitar difamaciones en contra de su familia, insufló aún más el descontento social. La casa es propiedad de una filial del Grupo Higa, una empresa con la que Peña Nieto tuvo contratos cuando fue gobernador del Estado de México.
Este complejo de redes revela la profunda ausencia de autonomía del Estado respecto a varios grupos de poder. Los monopolios de la comunicación han sido los grandes ganadores de los gobiernos de turno, independientemente del partido al que pertenezcan. Ni el PRI, menos todavía el Partido Acción Nacional (PAN) han roto las estrechas relaciones con los consorcios.
Televisa no solo está en la ‘casa blanca’, en la política y en el fútbol sino en casi todos los hogares mexicanos, tomando en cuenta, que al menos el 95% de la población cuenta con un televisor. Aquello, permite pensar en ¿cuán responsable son las empresas mediáticas del moldeamiento de la política en México? ¿Cuánto le deben de su permanencia en el poder el PRI y el PAN a Televisa?
No es un secreto que durante la campaña presidencial de 2012, Televisa jugó un importante rol a favor de Peña Nieto y en contra de Manuel López Obrador. Precisamente, el desencanto frente a esta obvia jugada, provocó que varios grupos de universidades públicas y privadas defendieran los derechos a la información, en lo que se conoció como el movimiento #YoSoy132.  
Se conoce además, que a su antecesor Felipe Calderón, Televisa le editaba las entrevistas. Asimismo, pese a la propuesta de abrir un tercer canal para romper con el poder de Televisa y Tv Azteca, Calderón terminó por evadir la decisión. Ni hablar del panista, Vicente Fox, que legisló a favor del duopolio con la emisión la Ley Federal de Radio y Televisión y la Ley Federal de Telecomunicaciones, que entre otras cosas, establecieron la renovación inmediata de la concesión de una frecuencia solo por solicitud y sin licitación, y en general, procuraron proteger a los emporios de cualquier regulación del Estado.
Pero, ¿quién reprocha al gobierno de Peña Nieto por coartar la libertad de expresión, limitar el acceso a la información y eludir la transparencia y la rendición de cuentas? ¿Dónde están las ONG, y organismos internacionales que siempre critican a los gobiernos progresistas de América Latina? En efecto, un silencio cómplice se proyecta en el fondo.  
No hay duda que si Ayotzinapa hubiese ocurrido en Ecuador, Venezuela o Argentina, la ley con la que la comunidad internacional y la prensa hubiesen juzgado sería otra. Pero no, el gobierno de Peña Nieto no se ha distanciado de los medios. Televisa y sus pares en el extranjero, pretenden blindar cualquier exceso frente a la opinión pública internacional. Sin embargo, las intensas movilizaciones de los mexicanos, cansados de este modus operandi, de la impunidad frente Ayotzinapa, es un signo, de que casa adentro, los efectos de estas novelescas redes son cada vez más débiles.