Publicado originalmente en El Telégrafo aquí
No era un secreto que Barack Obama no soportaba a Benjamín Netanyahu. Al menos, dejó de serlo desde 2011 en la antesala de la Cumbre del G-20, cuando Nicolas Sarkozy (expresidente de Francia) y Obama confesaron su desconfianza y cansancio de Netanyahu en una reunión que ellos creían privada, pero que indiscretamente fue escuchada por varios periodistas, que no dudaron en convertirla en titular.
Pero más allá de las obvias antipatías, las relaciones entre Estados Unidos e Israel atraviesan por uno de sus peores momentos. La intempestiva visita del primer ministro israelí a Estados Unidos, en tiempo de campaña para su reelección, lejos de contribuir a su proyecto sionista, lo distanció más de la Casa Blanca.
La intervención de Netanyahu en el Congreso estadounidense -hasta entonces, privilegio del que había gozado Winston Churchill- ante prácticamente una ausencia de los demócratas, planteó un claro desacuerdo con la propuesta del gobierno de Obama frente al Plan Nuclear de Irán que no considera una destrucción total del armamento, sino una paralización de las actividades nucleares por diez años -alternativa, que dicho sea de paso ya ha sido rechazada por Teherán-. Aquella ocasión, Obama ni siquiera recibió a Netanyahu.
Pero lo que terminó por encolerizar al primer mandatario estadounidense fueron las declaraciones de Netanyahu, a vísperas de las elecciones en Israel el 17 de marzo, de oponerse a la creación de un Estado palestino. Obama, de inmediato, reivindicó la tesis de Washington de crear dos Estados.
Previamente, Palestina había puesto a temblar a Netanyahu, al ser admitida como miembro de la Corte Penal Internacional (CPI) y anunciar que llevará varios casos contra Israel. Aquello, desencadenó las hostiles declaraciones de Netanyahu. El triunfo del Likud y del primer ministro israelí alejaría cualquier horizonte de paz.
No es la primera vez que un presidente de Estados Unidos expresa abiertamente su desacuerdo y contrapunto con la postura del oficialismo israelí. El propio George Bush (padre) en 1991 lidió con una situación similar, cuando decidió postergar por 120 días la entrega de un préstamo de $ 10 mil millones que Israel emplearía en el establecimiento de judíos-soviéticos. Desde luego, pese a estas fricciones, a largo plazo la cooperación y apoyo desmedido de Estados Unidos a Israel no ha cambiado. En efecto, Israel le debe su existencia y la extensión de su territorio -sus políticas de invasión- al apoyo militar, político y económico del país norteamericano.
Varios medios estadounidenses han destacado que probablemente, esta vez, Washington se esté tomando en serio revaluar su política exterior con Israel, que históricamente ha sido inércica. Ya se ha anunciado desde la Casa Blanca que revisarán su apoyo a Israel en el seno de la ONU, incluyendo y sobre todo, en el Consejo de Seguridad. Pasado el vértigo electoral y bajo la presión de Estados Unidos y de Europa -que ha anunciado un posible paquete de sanciones contra Israel-, Netanyahu se ha visto empujado a matizar su discurso y expresar una posible salida al conflicto mediante la creación de dos Estados pero: “las circunstancias tienen que cambiar”. Si este giro podía ser motivo de aplauso, no ha caído nada bien la noticia de que la inteligencia israelí ha estado espiando las negociaciones entre Estados Unidos e Irán sobre el Plan Nuclear con el fin de sabotear cualquier consenso entre el Congreso y el Ejecutivo frente a la propuesta de Obama. Israel lo ha negado y Obama ha preferido no decir nada al respecto.
Un escenario de paz no se distingue a corto plazo ni en el tema palestino, ni en el iraní. Pese a las fuertes presiones que Israel ha recibido de Estados Unidos y Europa, el régimen sionista de Netanyahu ha dejado claro que ha aprendido bien de su maestro, desde las oposiciones binarias en los discursos al estilo George Bush (nosotros vs. terroristas; Israel o extremista iraní, etc.) hasta el espionaje de los aliados (recuérdese cuando Merkel se quejó de EUA por espiar incluso a sus amigos). Si bien el sionismo podría atravesar un momento de debilidad, por desgracia, cuenta con suficientes reservas (de todo tipo) para continuar con su programa antipalestino y antiiraní.