El Caribe es para los Estados Unidos la “tercera frontera”, un lugar de vital importancia para su seguridad. Esta inevitable geopolítica se agudizó durante la Guerra Fría, en la que la política interna y externa de los países latinoamericanos y caribeños se interpretaban desde el clivaje: comunismo o capitalismo y Unión Soviética o Estados Unidos. Los problemas de los países de lo que entonces se llamó ‘Tercer Mundo’ se desplazaron y negaron, limitándolos a disputas de bandos alineados con una de estas ideologías. Para el Tercer Mundo, la guerra no fue fría, al contrario, fue una guerra caliente y sin tregua. Los soviéticos y americanos habían definido sus zonas de influencia y Europa fungía como el límite de las tensiones, el resto era tierra de nadie. Fuera de Europa cualquier cosa era posible.
La alianza de Cuba con la Unión Soviética reconfiguró la política exterior de los Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe, en dirección de la ‘doctrina de contención’ de George Kennan, que pretendía impedir a toda costa la expansión del comunismo. El terrible etnocentrismo americano, su marcada agenda imperialista y su desinterés (y desconocimiento) de los procesos sociales y políticos latinoamericanos llevó a Estados Unidos a cometer innumerables errores estratégicos y políticos, criticados incluso por sus aliados y cuyas consecuencias persisten. La invasión a Granada de 1983 fue un claro ejemplo.
A finales de los setentas los procesos revolucionarios de Nicaragua -liderado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)- y de Granada –comandado por Maurice Bishop del Movimiento New Jewel (NJM)- alentaban a la Revolución Cubana en la causa del socialismo en América Latina. No obstante, el líder cubano Fidel Castro estaba consciente de las limitaciones militares que existían para continuar el curso. Cuba se había comprometido a no transferir armas soviéticas a otros países, lo cual era un grave obstáculo para el apoyo revolucionario.
Granada, apenas descolonizada en 1974, era una pequeña isla de 340 km2 con una población de 120 000 habitantes por entonces. Pese al amplio respaldo popular del que gozaba Maurice Bishop, luego de derrocar al gobierno reaccionario de Eric Gairy -un fiel aliado de los Estados Unidos y amigo del dictador chileno Augusto Pinochet-, su defensa militar era débil e inestable. Su arsenal se reducía a unos 600 a 700 viejos rifles ingleses. En un memorando de una conversación entre Fidel Castro y el secretario general del Partido Comunista de Bulgaria, Todor Zhivkov de abril de 1979, se alertaba del peligro de un grupo de 200 a 300 mercenarios extranjeros bien armados que acosaban la isla y buscaban reponer a Gairy en el poder.
Las amenazas al gobierno de Bishop venían desde fuera y de sus propias filas. Cuba y la Unión Soviética habían decidido apoyar la construcción de un nuevo aeropuerto para fines turísticos, pero los Estados Unidos arguyeron que se trataba de la creación de instalaciones militares para favorecer a los soviéticos. Casa adentro, el viceprimer ministro Bernard Coard, de tendencia más radical que Bishop, empezó a empoderar a su facción y a ganar posiciones en el Ejército, en el Ministerio de Seguridad y en el Partido. Esto allanó el camino para que en octubre de 1983, Bishop fuera depuesto en contra de la voluntad popular y posteriormente abatido junto a varios de sus colaboradores. Hudson Austin, un militar que había luchado junto a Bishop se autoproclamó primer ministro. En respuesta aquello, la Organización de Estados del Caribe Oriental (OECS) pidió la intervención de los Estados Unidos, Barbados y Jamaica. Aunque como se expuso, Granada se encontraba bajo acecho desde mucho antes.
Así, la mañana del 25 de Octubre de 1983, Estados Unidos aterrizaba en suelo granadino. Se trataba de la primera intervención desde 1965. Junto a los granadinos lucharon soldados cubanos, todos ellos, asistidos por la Unión Soviética, Bulgaria y la RDA principalmente. A pesar de que la defensa estaba bastante preparada, la superioridad militar de los invasores terminó por doblegarlos. Ni Canadá, ni Reino Unido apoyaron la invasión. Asimismo, se comprobó que el pretexto ‘humanitario’ de salvar a estudiantes estadounidenses de medicina que supuestamente estaban en peligro era distorsionado. Para Reagan, Granada era además su trampolín de campaña para la reelección.
Los Estados Unidos consideraron la invasión como un triunfo a pesar de sus fallas técnicas y de protocolo. Sin embargo, en un encuentro entre el presidente del Consejo de Estado de la República Democrática Alemana (RDA), Erich Honecker y el Comandante Castro en febrero de 1984, Fidel evaluaba la invasión así: “Estados Unidos ha librado una batalla sin éxito contra ese pequeño país. Después de esta invasión, será mucho más difícil atacar a Nicaragua, destruir el movimiento de liberación en El Salvador, o incluso invadir Cuba”.
La invasión de Granada profundizó la crisis de desconfianza entre América Latina y Estados Unidos que previamente había detonado por el apoyo norteamericano a las atroces dictaduras del Cono Sur y por sus políticas de endeudamiento. La Declaración de Quito y el Plan de Acción de la Conferencia Económica Latinoamericana, aprobados en enero de 1984 por 30 países, fue un ejemplo de la distancia efectiva que el continente tomaba frente a Washington.
Sin duda, la invasión de Granada tuvo un propósito aleccionador, de disuadir a los países del Caribe de cualquier acercamiento con el comunismo y la Unión Soviética. No obstante, el legado de Maurice Bishop sigue vigente en Granada. Incluso luego de la invasión, Bishop tenía la simpatía del 80% de los isleños, y hoy indudablemente es un símbolo de revolución y lucha por la justicia social para el Caribe y América Latina.