Keohane y Nye Jr. se preguntan -a finales de los 90’s- ¿qué sucederá con el Estado en medio de la era de las telecomunicaciones? Para contestar esta pregunta, relevan el viejo debate entre modernistas y tradicionalistas, ofrecen una considerable evidencia que echa abajo las pretensiones de una globalización “universal” y ensayan sus propias respuestas, en las que el Estado sigue siendo protagónico desde nuevas fuentes de poder.
En 1910, modernistas como Norman Angell preveían que un mundo interdependiente convertiría a la guerra en obsoleta. Tesis contradicha por la historia, que escribiría dos guerras mundiales y las tensas relaciones entre dos bloques durante la “Guerra Fría”. En 1970s una nueva oleada de predicciones percibió el avance de las telecomunicaciones, así como la creciente configuración de relaciones transnacionales como posibilidades del eclipse del Estado.
Bien lo reconocen Keohane y Nye Jr., ambas oleadas modernistas “were right about the direction of change but simplistic about its consequences”. Sus “profecías” no ensamblaron la propia voluntad de quienes detentaban el poder. En una postura opuesta, los tradicionalistas consideraban que la interdependencia militar no era un asunto terminado. Y en tal sentido, los autores se alinean.
La “Revolución de la Información” –en su “etapa inicial”- no ha hecho cambios dramáticos en la interdependencia, si bien, ha aumentado el número de canales de contacto. La información necesita ser creada, por eso, los autores distinguen 3 tipos: información libre (sin compensación monetaria), información comercial (aquella que se vende) e información estratégica (como los sistemas de espionaje).
El poder está basado en conducta y en posesión de recursos, de allí que la “Revolución de la información” se instale en la cara de los recursos, así como en el soft power, aquel que apela a la atracción y no a la coerción (hard power). Esta revolución está lejos de ser “universal” en su alcance dadas las disparidades entre países grandes y pequeños; sin embargo, ha impuesto nuevas fuentes de poder como la credibilidad y la transparencia en donde el Estado seguirá teniendo un papel protagónico sin trastocar su definición básica.