Publicado originalmente en El Telégrafo aquí
Las negociaciones de paz no iban a ser fáciles, aun cuando en esta ocasión existen ciertas condiciones que las favorezcan más que en ocasiones anteriores, como: el consenso entre los actores políticos de llegar a un acuerdo, el respaldo regional, el debilitamiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la voluntad política del Gobierno, entre otras.
Ya son dos años de relativa continuidad y éxito en la búsqueda de paz, sin tregua militar en el campo de batalla, tal como lo ha condicionado el gobierno del presidente Santos. No obstante, al igual que en ocasiones anteriores, un secuestro amenaza con dilatar, e incluso romper, el proceso.
A inicios de la década del noventa las conversaciones sostenidas por la administración de César Gaviria con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (integrada por las FARC, el Ejército de Liberación Nacional -ELN- y el Ejército Popular de Liberación -EPL-) en Caracas, luego en Tlaxcala, se quebraron debido al secuestro del exministro Argelino Durán, quien murió en cautiverio. En 2002, las negociaciones del Caguán, llevadas a cabo por Andrés Pastrana con las FARC, también se frustraron por el plagio del senador Jorge Géchem. Cuatro años de diálogos concluyeron sin acuerdo.
El corte bilateral de hostilidades no ha ocurrido y ha sido una precondición del gobierno de Santos para sostener las conversaciones con la guerrilla. En negociaciones pasadas, la desmilitarización de ciertas zonas -como las zonas de distensión creadas por Pastrana- derivaron en una reocupación territorial por parte de la guerrilla. De aquí que el pedido de las FARC de un cese bilateral al fuego, para continuar con los diálogos, complique la decisión del gobierno de Santos de reabrir el proceso, luego del controvertido secuestro del brigadier general Rubén Alzate.
Aún no queda claro qué hacía Alzate, casi sin seguridad, en el Chocó, una zona dominada por la guerrilla. Sin embargo, abrir un nuevo expediente de negociación, en este caso por la liberación de Alzate y las dos personas que lo acompañaban, empaña el escenario de un acuerdo de paz a corto plazo.
Apenas en septiembre pasado, Humberto de la Calle, negociador del gobierno colombiano daba a conocer el ‘Acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera’, que incluyó aspectos, como: una política de desarrollo agrario integral, medidas efectivas de participación política, desarme, erradicación de cultivos ilícitos, reparación de víctimas y mecanismos de ejecución.
Santos ha exigido a las FARC más hechos y menos palabras y, al momento, no tiene intenciones de volver a la mesa de diálogo. De otra parte, varios miembros de la escuadra progresista colombiana, como Piedad Córdoba, Clara López e Iván Cepeda han insistido en la urgencia de reanudar el proceso de negociación e incluso, las dos primeras, han apelado a un posible cese bilateral de hostilidades con el fin de continuar.
Las condiciones acompañan para que esta vez los diálogos no se suspendan aun cuando el déjà vu del secuestro ensombrezca la posibilidad de paz. Lo deseable en este escenario es que los países garantes intervengan con sus buenos oficios y los diálogos no vuelvan a archivarse. Desde luego, las FARC y el Gobierno deben procurar medidas de confianza. La oportunidad de lograr la paz es aún histórica y única.