Puede leerse la versión resumida publicada en El Telégrafo aquí
La Rusia de Vladimir Putin es otra. Él ha logrado recolocar a la gran Federación
nuevamente en el centro del sistema internacional, alejándola de la semiperiferia,
en la que tradicionalmente se la situaba, luego de la desintegración de la
Unión Soviética.
Putin debe leerse no solo como el
desconocido exagente del Servicio Soviético de Seguridad (KGB, por sus siglas
en ruso) que devino en presidente, sino también, como uno de los líderes más
importantes del siglo XXI, que reafirmó una latente voluntad de
“desamericanizar” el mundo, y por tanto, impulsó un nuevo orden internacional
multipolar (o heteropolar para precisar la asimetría, el traslapamiento, y lo
conflictivo de los polos que hoy emergen).
Los medios occidentales –en su clásico
juego de deslegitimación del contrario- tienen su propia versión de Putin y no
han escatimado titulares para asociarlo con el controversial líder soviético
Iósif Stalin. Una tesis rebatida hasta por Henry Kissinger, estratega
fundamental de la política exterior estadounidense de la Guerra Fría.
Cualquier interpretación de Putin es
apenas una sospecha. Pero hay algunas claves para comprender por qué Vladimir
Putin, se ha convertido en ese líder mundial que seduce y al mismo tiempo,
preocupa. No en vano Putin ha sido
nombrado en su país, por décimo quinta ocasión, como “el hombre del año”. Con los resquemores que merece la mención,
Forbes, desde 2009 lo ubica en los tres primeros puestos de las personas más
poderosas del mundo y desde 2013 ha estado a la cabeza. ¿Qué ha hecho Putin, para reponer a Rusia como
un actor global?
1.- La soberanía en el centro de la política exterior de Putin
Uno de los postulados del multipolarismo,
es la creación de un centro de poder –sobre todo – de tipo regional, en el que
un país “centripeta” a otros. Aquello
resulta conflictivo, más aún si se piensa en Rusia y Europa del Este. En efecto, la “occidentalización” de la esfera
de influencia postsoviética – a través de la integración de las viejas
repúblicas comunistas a la Unión Europea (UE) o peor aún a la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN)- ha
sido uno de los mayores dolores de cabeza de Putin.
Ucrania, un aliado tradicional del Kremlin
y visto por muchos rusos, incluso como una “extensión” de la propia Rusia, ha
venido coqueteando algún tiempo con la UE.
A fines de 2013, luego de que el entonces presidente ucraniano
Yanukóvich diera marcha atrás en la firma del Acuerdo de Asociación con la UE –
que se lo daba casi por hecho- , miles de ciudadanos protestaron -a veinte
grados bajo cero- en la plaza del Maidán.
La crisis en Ucrania terminó por traspasar
las fronteras y convertirse en un asunto de interés regional e internacional. Para
muchos, la negativa de Yanukóvich fue la clara respuesta frente a la alta
dependencia, sobre todo gasífera, de su país de Rusia. Ucrania había reavivado los claroscuros del
bipolarismo de la Guerra Fría.
Para Putin, caracterizado por un talante
político, pragmático y agudo, la llegada de Occidente a sus fronteras a través
de Ucrania resulta impensable. De hecho,
Putin premió ha Ucrania, luego de que ésta le dijera que no a la UE, aceptando el cobro de la deuda de la empresa pública ucraniana de
gas, Naftogaz y rebajando los precios del gas en un 30%.
La decisión de Putin de anexar a Crimea ha
cerrado geopolíticamente a Ucrania y a su nuevo gobierno proeuropeo. El pulso demostrado por Putin durante esta
crisis ha dejado a una UE más debilitada, titubeante y dependiente de Estados
Unidos en asuntos de política exterior, y de su lado, Estados Unidos no ha logrado
ensamblar una estrategia que “aísle” a Rusia y empuje a Putin a doblegarse.
El conjunto de sanciones de la UE a Rusia,
que incluyen prohibición de visado y el congelamiento de cuentas a los
responsables de la anexión, así como la restricción de importaciones y
exportaciones en los sectores petroleros, armamentistas y tecnológicos; lejos
de causar un debilitamiento de Rusia ha provocado, por un lado un apoyo interno
cada vez mayor a la política de Putin y por otro, un juego de suma cero
–ninguno gana- y sobre el que existe cierta fragmentación en la postura del
bloque europeo.
Algunas voces europeas contrarias a las
sanciones ya han sonado: desde el ministro de economía alemán, Zigmar Gabriel;
pasando por el presidente francés Hollande que no es partidario de endurecer las
medidas, hasta el canciller de Austria, Werner Faymann que ha apelado a la búsqueda
de la paz a través de un proceso de negociación.
La UE, a decir del primer ministro ruso,
Dimitri Medvedev, perderá hasta el año próximo 90 mil millones de euros ( 110
mil millones de dólares). A Rusia las
sanciones tampoco le han sentado bien, peor aún, cuando el rublo se ha
depreciado frente al dólar y al euro.
La medida diplomática de no invitar a
Putin a participar del foro informal del G8 y las sanciones de Estados Unidos y
Canadá no han cambiado la política de Putin de defender la integridad de su
territorio y sus intereses geopolíticos. Por el contrario, Putin, hábilmente
para rebatir esta intención de aislamiento, se ha acercado a América Latina y a
China y ha logrado consolidar un proyecto a largo plazo en el marco del bloque
de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
2.- Nuevos actores en el orden internacional y debilidad del liderazgo de
Estados Unidos
En 2013, el conflicto sirio fue el escenario en el que Rusia reforzó su imagen de
potencia ante el mundo. A las puertas de
una intervención estadounidense para derrocar al régimen de Bashar Al-Assad, Vladimir
Putin a través de una maniobra diplomática se anotó una victoria frente a
Obama. El plan de entrega del arsenal
químico sirio bajo el control internacional de la ONU, propuesto por el
presidente Vladimir Putin y aceptado por Estados Unidos, fue un indicador de la
pérdida del monopolio de las decisiones globales de la Casa Blanca. Ese gesto, incluso provocó que su nombre sea
propuesto para el premio Nobel de la Paz.
Pero Vladimir Putin, no solo ha logrado que
Rusia juegue sola como actor global, sino que se ha planteado establecer
“nuevos ejes mundiales” con proyectos a
más largo plazo y socios emergentes. El
bloque de los BRICS tiene al momento la apuesta más clara frente al régimen
económico – financiero dominado por el capital estadounidense y las reglas
establecidas por las instituciones del Bretton Woods –Fondo Monetario
Internacional (FMI) y Banco Mundial (BM) principalmente-.
La creación de un Banco de Desarrollo y la
decisión de los BRICS de realizar sus transacciones en moneda propia,
prescindiendo del dólar, ha reforzado el decaimiento del dominio de Estados
Unidos en todos los órdenes, principalmente, en el ámbito contable.
En la misma perspectiva, de jugar como actor
internacional, Rusia se ha acercado a China.
Más de una vez, ambos, han coincidido en su votación en el Consejo de
Seguridad. Por ejemplo, han bloqueado
varias resoluciones en contra de Siria.
Además, llevan a cabo maniobras militares conjuntas y por supuesto, han
incluido el suministro de petróleo y otros convenios, como parte de su
cooperación. Esta alianza ha tendido a
colocar a Estados Unidos en la necesidad de reducir la unilateralidad de sus
políticas y desplazarse hacia ciertas negociaciones.
Putin asimismo, ha sido partidario de reforzar
sus lazos con América Latina, más aún, cuando muchos países de la región le han
ofrecido su hombro luego de las sanciones de la UE y de Estados Unidos. En este 2014, Putin realizó una gira por
Latinoamérica y coincidió con varios mandatarios que integran la Unión de
Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (Celac), incluido, el presidente Rafael Correa. De aquellos encuentros, no es simplista deducir
que Vladimir Putin ve a la región como un aliado y viceversa, y eso rebate con
fuerza cualquier pretensión aislacionista.
3.- Alta popularidad de Putin en Rusia y nueva maquinaria mediática
Muy a pesar de las críticas de las ONG y
organismos internacionales de derechos humanos contra el régimen de Putin,
debido a sus políticas conservadoras frente a la comunidad GLBTI, y de la
propaganda en contra que ha recibido por parte los medios de comunicación,
Vladimir Putin mantiene intacta su popularidad.
La anexión de Crimea terminó por disparar
su aceptación entre los rusos, en más del 80%. En general, desde que apareció en la escena
política, Putin no ha desinflado el 60% de aprobación. Una constante, ha sido su repunte en
situaciones críticas –como las crisis territoriales de Chechenia y de Georgia-
en las que el orgullo nacional reverbera y Putin gana.
Por último, Putin es muy consciente de que
hoy más que nunca también se gobierna desde los medios de comunicación. Por eso, implementó en 2001 las “Grandes
Ruedas de Prensa”, en las que participan más de mil periodistas y cuya duración
oscila entre tres y cuatro horas.
Además, recientemente reestructuró el sistema de medios públicos con el
fin de “modernizarlos”. La cadena Russia
Today (RT) por ejemplo, cada vez amplía más su emisión para países en América
Latina y otras regiones del mundo.
Si bien son varias las razones por las que
por ahora Vladimir Putin se ha convertido en uno de los líderes políticos más
influyentes a nivel mundial, este año
deberá procurar que la devaluación del rublo, las sanciones y la caída en los
precios del petróleo, no desemboquen en estallidos sociales de amplias
proporciones. Un escenario de conmoción
social, podría debilitar uno de sus pilares de poder: el apoyo popular, y
agrietarle el camino hacia una posible solución de la situación en Ucrania.