viernes, 27 de febrero de 2015

Ucrania, el límite no es Minsk

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí
Por: Valeria Puga Álvarez 

El conflicto en Ucrania, luego de más de un año de haberse iniciado, está lejos de terminar con los acuerdos de Minsk II, firmados el 12 de febrero por el “cuarteto de Normandía”, conformado por Rusia, Alemania, Francia y Ucrania. La clave de este entendimiento está en el alto el fuego en las regiones prorrusas Donetsk, Lugansk y otras zonas del este; la retirada del armamento pesado, bajo la verificación de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).
Mientras el presidente ruso, Vladimir Putin, considera posible la normalización de la situación conflictiva en el este de Ucrania y ha declarado no estar interesado en una guerra; el mandatario ucraniano proeuropeo, Petro Poroshenko, ha prometido recuperar Crimea, pese a que sus habitantes decidieron ser parte de Rusia en el referendo de marzo de 2014, luego del golpe de Estado contra Yanukóvich.
Todavía la interdependencia de Ucrania con Rusia es mayor que la que tiene con la Unión Europea (UE). Casi el 40% del comercio de Ucrania es con Rusia y con la Comunidad de Estados Independientes (CEI) y apenas el 20% lo transacciona con la UE. A esto se añade la histórica dependencia gasífera que Ucrania ha tenido con  Rusia.
La inercia de la política exterior de Occidente, una vez más, se ha traslucido frente a Vladimir Putin, que ha aprovechado de su margen de maniobra para evitar una pérdida de Crimea y ganar posiciones a favor en Donetsk, Lugansk y Debaltsevo. La frustración para Occidente debe ser profunda. Sus sanciones económicas en contra de Rusia, que no cuentan con un consenso para radicalizarlas, lejos de aislar o acorralar al Kremlin, solo han provocado que Putin dinamice su agenda internacional hacia nuevos polos, como América Latina, China y, la semana pasada, Hungría. Putin se ha valido del fuerte poder de seducción que despierta el gas ruso, por ejemplo: ha planteado la construcción de un nuevo gasoducto submarino hasta Bulgaria.
El acuerdo de Minsk II -el primero, el Minsk I signado en septiembre de 2014 con más fracasos que aciertos- provoca escepticismo y sus efectos son cortoplacistas. Tan simple como decir que Rusia no permitirá la colonización europea de Ucrania, ni Occidente conseguirá una estrategia para doblegar a Moscú, ni Ucrania resolverá fácilmente su cuestión ruso-europea.    
Además de los factores geopolíticos y económicos, el entramado identitario-étnico juega un rol fundamental en las tensiones. La población rusa en Ucrania no reconoce a Poroshenko como su mandatario y peor aún, cuando desde que llegó al poder coartó desenfadadamente sus expresiones culturales, como el uso del idioma ruso.  
A pocos días del Minsk II, las disputas y rachas de conflictividad no cesan.  Vehículos militares estadounidenses y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se han plantado a 300 metros de la frontera con Rusia en Narva, Estonia. En tanto, Kiev propaga la desconfianza ante la retirada de armas de los rebeldes prorrusos por  la UE.
Si bien Estados Unidos parecería alejado del conflicto ucraniano al no haber impulsado la firma del Minsk II de modo visible, su apoyo a Poroshenko no ha claudicado. Recientemente, el secretario de Estado, John Kerry, lanzó una grave acusación contra Rusia, al decir que Moscú tiene tropas y armas dentro de Ucrania. Asimismo, el primer ministro británico, David Cameron, ha prometido mano dura contra los -presuntos- espías rusos y ha confirmado el envío de tropas militares a Ucrania.
Los europeos temen por Mariúpol; se trataría del corredor terrestre que desembocaría en Crimea y, por tanto, permitiría un mayor control de la zona por parte de Rusia, cercando más a Ucrania. En tanto, Rusia, a corto y mediano plazo, deberá prepararse para un escenario de posibles nuevas sanciones y de disputas en torno a Crimea, la gota que derramó el vaso.

domingo, 22 de febrero de 2015

¿Putin el gran domador del oso ruso y de la política mundial?

Puede leerse la versión resumida publicada en El Telégrafo aquí



La Rusia de Vladimir Putin es otra.  Él ha logrado recolocar a la gran Federación nuevamente en el centro del sistema internacional, alejándola de la semiperiferia, en la que tradicionalmente se la situaba, luego de la desintegración de la Unión Soviética. 

Putin debe leerse no solo como el desconocido exagente del Servicio Soviético de Seguridad (KGB, por sus siglas en ruso) que devino en presidente, sino también, como uno de los líderes más importantes del siglo XXI, que reafirmó una latente voluntad de “desamericanizar” el mundo, y por tanto, impulsó un nuevo orden internacional multipolar (o heteropolar para precisar la asimetría, el traslapamiento, y lo conflictivo de los polos que hoy emergen).

Los medios occidentales –en su clásico juego de deslegitimación del contrario- tienen su propia versión de Putin y no han escatimado titulares para asociarlo con el controversial líder soviético Iósif Stalin. Una tesis rebatida hasta por Henry Kissinger, estratega fundamental de la política exterior estadounidense de la Guerra Fría.  

Cualquier interpretación de Putin es apenas una sospecha. Pero hay algunas claves para comprender por qué Vladimir Putin, se ha convertido en ese líder mundial que seduce y al mismo tiempo, preocupa.  No en vano Putin ha sido nombrado en su país, por décimo quinta ocasión, como “el hombre del año”.  Con los resquemores que merece la mención, Forbes, desde 2009 lo ubica en los tres primeros puestos de las personas más poderosas del mundo y desde 2013 ha estado a la cabeza.  ¿Qué ha hecho Putin, para reponer a Rusia como un actor global?

1.- La soberanía en el centro de la política exterior de Putin

Uno de los postulados del multipolarismo, es la creación de un centro de poder –sobre todo – de tipo regional, en el que un país “centripeta” a otros.  Aquello resulta conflictivo, más aún si se piensa en Rusia y Europa del Este.  En efecto, la “occidentalización” de la esfera de influencia postsoviética – a través de la integración de las viejas repúblicas comunistas a la Unión Europea (UE) o peor aún a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)-  ha sido uno de los mayores dolores de cabeza de Putin.

Ucrania, un aliado tradicional del Kremlin y visto por muchos rusos, incluso como una “extensión” de la propia Rusia, ha venido coqueteando algún tiempo con la UE.  A fines de 2013, luego de que el entonces presidente ucraniano Yanukóvich diera marcha atrás en la firma del Acuerdo de Asociación con la UE – que se lo daba casi por hecho- , miles de ciudadanos protestaron -a veinte grados bajo cero- en la plaza del Maidán. 
La crisis en Ucrania terminó por traspasar las fronteras y convertirse en un asunto de interés regional e internacional.   Para muchos, la negativa de Yanukóvich fue la clara respuesta frente a la alta dependencia, sobre todo gasífera, de su país de Rusia.  Ucrania había reavivado los claroscuros del bipolarismo de la Guerra Fría.

Para Putin, caracterizado por un talante político, pragmático y agudo, la llegada de Occidente a sus fronteras a través de Ucrania resulta impensable.  De hecho, Putin premió ha Ucrania, luego de que ésta le dijera que no a la UE, aceptando el cobro de la deuda de la empresa pública ucraniana de gas, Naftogaz y rebajando los precios del gas en un 30%.

La decisión de Putin de anexar a Crimea ha cerrado geopolíticamente a Ucrania y a su nuevo gobierno proeuropeo.  El pulso demostrado por Putin durante esta crisis ha dejado a una UE más debilitada, titubeante y dependiente de Estados Unidos en asuntos de política exterior, y de su lado, Estados Unidos no ha logrado ensamblar una estrategia que “aísle” a Rusia y empuje a Putin a doblegarse.

El conjunto de sanciones de la UE a Rusia, que incluyen prohibición de visado y el congelamiento de cuentas a los responsables de la anexión, así como la restricción de importaciones y exportaciones en los sectores petroleros, armamentistas y tecnológicos; lejos de causar un debilitamiento de Rusia ha provocado, por un lado un apoyo interno cada vez mayor a la política de Putin y por otro, un juego de suma cero –ninguno gana- y sobre el que existe cierta fragmentación en la postura del bloque europeo.  

Algunas voces europeas contrarias a las sanciones ya han sonado: desde el ministro de economía alemán, Zigmar Gabriel; pasando por el presidente francés Hollande que no es partidario de endurecer las medidas, hasta el canciller de Austria, Werner Faymann que ha apelado a la búsqueda de la paz a través de un proceso de negociación.

La UE, a decir del primer ministro ruso, Dimitri Medvedev, perderá hasta el año próximo 90 mil millones de euros ( 110 mil millones de dólares).  A Rusia las sanciones tampoco le han sentado bien, peor aún, cuando el rublo se ha depreciado frente al dólar y al euro.

La medida diplomática de no invitar a Putin a participar del foro informal del G8 y las sanciones de Estados Unidos y Canadá no han cambiado la política de Putin de defender la integridad de su territorio y sus intereses geopolíticos. Por el contrario, Putin, hábilmente para rebatir esta intención de aislamiento, se ha acercado a América Latina y a China y ha logrado consolidar un proyecto a largo plazo en el marco del bloque de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

2.- Nuevos actores en el orden internacional y debilidad del liderazgo de Estados Unidos

En 2013, el conflicto sirio fue el escenario en el que Rusia reforzó su imagen de potencia ante el mundo.  A las puertas de una intervención estadounidense para derrocar al régimen de Bashar Al-Assad, Vladimir Putin a través de una maniobra diplomática se anotó una victoria frente a Obama.  El plan de entrega del arsenal químico sirio bajo el control internacional de la ONU, propuesto por el presidente Vladimir Putin y aceptado por Estados Unidos, fue un indicador de la pérdida del monopolio de las decisiones globales de la Casa Blanca.  Ese gesto, incluso provocó que su nombre sea propuesto para el premio Nobel de la Paz.

Pero Vladimir Putin, no solo ha logrado que Rusia juegue sola como actor global, sino que se ha planteado establecer “nuevos ejes mundiales” con proyectos  a más largo plazo y socios emergentes.  El bloque de los BRICS tiene al momento la apuesta más clara frente al régimen económico – financiero dominado por el capital estadounidense y las reglas establecidas por las instituciones del Bretton Woods –Fondo Monetario Internacional (FMI) y Banco Mundial (BM) principalmente-. 

La creación de un Banco de Desarrollo y la decisión de los BRICS de realizar sus transacciones en moneda propia, prescindiendo del dólar, ha reforzado el decaimiento del dominio de Estados Unidos en todos los órdenes, principalmente, en el ámbito contable.

En la misma perspectiva, de jugar como actor internacional, Rusia se ha acercado a China.  Más de una vez, ambos, han coincidido en su votación en el Consejo de Seguridad.  Por ejemplo, han bloqueado varias resoluciones en contra de Siria.  Además, llevan a cabo maniobras militares conjuntas y por supuesto, han incluido el suministro de petróleo y otros convenios, como parte de su cooperación.  Esta alianza ha tendido a colocar a Estados Unidos en la necesidad de reducir la unilateralidad de sus políticas y desplazarse hacia ciertas negociaciones.

Putin asimismo, ha sido partidario de reforzar sus lazos con América Latina, más aún, cuando muchos países de la región le han ofrecido su hombro luego de las sanciones de la UE y de Estados Unidos.   En este 2014, Putin realizó una gira por Latinoamérica y coincidió con varios mandatarios que integran la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), incluido, el presidente Rafael Correa.  De aquellos encuentros, no es simplista deducir que Vladimir Putin ve a la región como un aliado y viceversa, y eso rebate con fuerza cualquier pretensión aislacionista.

3.- Alta popularidad de Putin en Rusia y nueva maquinaria mediática

Muy a pesar de las críticas de las ONG y organismos internacionales de derechos humanos contra el régimen de Putin, debido a sus políticas conservadoras frente a la comunidad GLBTI, y de la propaganda en contra que ha recibido por parte los medios de comunicación, Vladimir Putin mantiene intacta su popularidad.

La anexión de Crimea terminó por disparar su aceptación entre los rusos, en más del 80%.  En general, desde que apareció en la escena política, Putin no ha desinflado el 60% de aprobación.  Una constante, ha sido su repunte en situaciones críticas –como las crisis territoriales de Chechenia y de Georgia- en las que el orgullo nacional reverbera y Putin gana.

Por último, Putin es muy consciente de que hoy más que nunca también se gobierna desde los medios de comunicación.  Por eso, implementó en 2001 las “Grandes Ruedas de Prensa”, en las que participan más de mil periodistas y cuya duración oscila entre tres y cuatro horas.  Además, recientemente reestructuró el sistema de medios públicos con el fin de “modernizarlos”.  La cadena Russia Today (RT) por ejemplo, cada vez amplía más su emisión para países en América Latina y otras regiones del mundo.

Si bien son varias las razones por las que por ahora Vladimir Putin se ha convertido en uno de los líderes políticos más influyentes a nivel mundial,  este año deberá procurar que la devaluación del rublo, las sanciones y la caída en los precios del petróleo, no desemboquen en estallidos sociales de amplias proporciones.  Un escenario de conmoción social, podría debilitar uno de sus pilares de poder: el apoyo popular, y agrietarle el camino hacia una posible solución de la situación en Ucrania.


lunes, 2 de febrero de 2015

Grecia: la venta de la cuna de la civilización


Publicado originalmente en Gkillcity aquí

Syriza promete derrotar el pasado de la Grecia de Onassis y la Troika


Grecia ha sido saqueada por sus propias élites, al menos, desde el siglo XIX.  A partir de entonces, el dinero obtenido a través del endeudamiento público iba a parar a los bolsillos de las grandes oligarquías que siempre han trabajado de la mano con la clase política. Magnates navieros como Yiannis Alafouzos –propietario del grupo mediático Skai–, amos de los negocios petroleros como –Vardis Vardinoyannis, quien controla también Mega, la estación de televisión más grande del país–, han visto crecer sus carteras gracias a los contratos, licencias, reducción de impuestos y otras formas de apadrinamiento del Estado griego.  

Hoy en 2015, tales hábitos en nada han cambiado, peor aún, se han sofisticado y convertido en la norma de las transacciones público-privadas. En ese turbio contexto, la reciente victoria de Syriza –siglas griegas de Coalición de Izquierda Radical–, podría romper con aquel pacto de intereses particulares y marcar un antes y un después en la historia contemporánea de Grecia y de Europa.

La Grecia que actualmente conocemos dista mucho de aquel ideal de la civilización helena que alumbró la imperfecta democracia y otras instancias de participación en las decisiones de la polis. Endeudada y sometida a los memorandos de austeridad de la Troika conformada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), tiene una deuda pública que asciende al 175,5% del PIB. Hoy la Hélade, se quiebra entre la debilidad institucional, el enriquecimiento de políticos y aristócratas, las demandas de cumplimiento de los acreedores europeos y la perversión del capital financiero internacional. El peso de todo ha caído sobre los ciudadanos.

Los orígenes de la tragedia griega
¿Cómo explicar que Grecia haya dado al showroom mundial de los magnates, uno de los hombres más ricos del siglo XX, el naviero Aristóteles Onassis, y cerca de seis décadas después el desempleo joven afecte a más de la mitad de los menores de 25? 

El propio Onassis decía “Nunca confíes en una persona que no acepte un soborno”.  Y, en efecto, la corrupción y la colusión de intereses entre los distintos grupos de poder fue el caldo de cultivo para la inequidad, el endeudamiento y la inestabilidad política y social que terminó por estallar con la debacle del 2008, y que con el ingreso de Grecia a la Eurozona no se revirtió. 

En las últimas tres décadas, Grecia se endeudó a escala exponencial.  Entre los dos partidos hegemónicos –el derechista Nueva Democracia y el socialista Pasok– se encargaron, indistintamente, de pactar con las oligarquías griegas —vinculadas a los sectores bancario, naviero, petrolero, aurífero, turístico y mediático– para gobernar el país.

Las varias administraciones en el poder –sin importar signo político alguno– premiaban a las élites económico-financieras con bajos o nulos impuestos. Éstas, a su vez, usaban sus medios de comunicación para mantener tal modus operandi. Es un secreto a voces que las estaciones de televisión y los periódicos en el país heleno, son negocios a pérdida. No obstante, un cable de Wikileaks de 2006 explicaba que a los propietarios eso les tenía sin cuidado, y decía: “ ellos mantienen a flote las estaciones, sobre todo, para ejercer influencia política y económica”.  En Grecia el monopolio mediático privado creció en la década de los 80s, justo cuando el país empezaba a endeudarse a un ritmo dramático.

En apenas una década, del 2005 al 2015, la deuda pública, había pasado del 100% del PIB al 175,5%.  Un déficit fiscal histórico en la Eurozona. Es como si un ciudadano griego con un ingreso mensual promedio de 900 dólares se endeudara como si tuviese los ingresos de un Aristóteles Onassis.

Entre las muchas contradicciones de los gobiernos helenos, estuvo la de crear un Estado de Bienestar prescindiendo de un paquete de impuestos de acuerdo al nivel de ingreso de los habitantes. Es decir, pretendían incrementar el gasto sin ingresos propios, lo que cíclicamente, los llevaba solicitar crédito continuamente, que terminaba en las arcas de los mismos grupos de poder.

Este círculo vicioso generó uno de los mayores problemas estructurales de Grecia: la desigualdad. La rampante inequidad que allí existe se ha visto eclipsada –y también multiplicada– por el shock que produjo la deuda. Un error de análisis, si pensamos que alrededor del 20% de sus niños viven en extrema pobreza, mientras Forbes sigue ubicando a Spiros Latisis como uno de los magnates griegos más importantes del mundo.

Antes de que Grecia se incorporara a la Eurozona en enero de 2001, varios informes advertían que su economía no estaba preparada para ingresar a la UE. Lejos de “disciplinarse”, como vaticinaban varios analistas, la debilidad institucional helena se recrudeció por la facilidad crediticia. 

En 2008, con el estallido de la crisis mundial, la economía griega terminó por desplomarse.  La troika europea, después de algunas tensiones internas –sobre todo por la intención alemana de escarmentar a los griegos– decidió, en 2010, realizar el primer rescate situado en 110 mil millones de euros (124 mil millones de dólares aproximadamente, equivalente a un poco más del doble del PIB de Uruguay). Para eso Grecia debía reducir su déficit en al menos un 7,6% del PIB a través de la privatización de empresas, reducción de prensiones, recortes de personal, incremento del IVA, entre otros. En 2012, se aprobó el segundo rescate: un total de 130 mil millones de euros (147 mil millones de dólares, lo que equivaldría a casi tres veces el PIB de Costa Rica).

Desde 2010, las movilizaciones, huelgas y protestas anti-austeridad se convirtieron en parte del paisaje cotidiano. Al mismo tiempo, en España, los ciudadanos se convocaron en lo que se conoció como “Los Indignados”. Con nitidez, el ideal de una Unión Europea (UE) sólida se debilitó y la Troika se convirtió en el verdugo de los ciudadanos afectados por las ortodoxas medidas.

Como bien lo apuntó el premio nobel de economía, Joseph Stiglitz: no se trató de ningún rescate ni a Grecia, Irlanda o Portugal, sino de la protección a los bancos europeos. La casta política tradicional había perdido la confianza, la credibilidad y la legitimidad, creando el marco perfecto para el comienzo de un giro político.

Syriza irrumpe en el Olimpo político
El abrumador triunfo de Syriza en las elecciones de enero de 2015 no ha sido gratuito, pues le ha apostado a una agenda antiausteridad desde su aparición como partido en la escena política entre 2012 y 2013.

Recuperar la soberanía y la dignidad también ha sido una tesis clave de la organización que preside Alexis Tsipras. Él mismo lo dijo en su discurso inicial como primer ministro: “Grecia deja atrás cinco años de humillación”. En su programa se incluyen principalmente reformas tributarias, renegociación de la deuda y atención a la crisis social.

Durante su trayecto de vida política, Syriza tuvo que moderar su discurso “rupturista” frente a la sociedad griega altamente conservadora, escéptica y que a menudo aplica aquello de “mejor malo conocido, que bueno por conocer”. Por eso, ni salir del euro, ni incumplir del todo con la Troika está en juego, ni tampoco algún tipo de resolución antieuropeísta.

Pese a la campaña de miedo que empleó el candidato de Nueva Democracia, Antonis Samarás, Syriza obtuvo el 36,34% de los votos y 149 de 300 escaños en el parlamento, colocándose como la primera fuerza política griega. El segundo puesto fue para la conservadora Nueva Democracia y el tercero para el partido nazista Aurora Dorada.

A dos escaños para obtener la mayoría absoluta, Tsipras optó por aliarse con los derechistas Griegos Independientes (ANEL, por sus siglas en griego). Muchos se preguntarán por qué una coalición de izquierda pacta con la derecha. El que hubiese sido su aliado natural, el Partido Comunista de Grecia (KKE, por sus siglas en griego) no fue una alternativa desde el inicio por varios motivos: algunos miembros de Syriza salieron de las filas del KKE, y desde el KKE se ha interpuesto una fuerte barrera ideológica. To Potami –un partido centrista–, al estar fuertemente ligado con grupos de poder mediáticos y otras élites, se convertía a cortoplazo, en un vínculo frágil.  En cambio, ANEL comparte fuertemente la agenda anti-austeridad, decisiva para Syriza y para Grecia. Se conoce, por ejemplo, que en temas religiosos hay amplios desencuentros. En todo caso, ese es el rasgo pragmático con el que ha operado Syriza.

No deja de ser preocupante que un partido de extrema derecha como Aurora Dorada sea la tercera fuerza en Grecia. Varios de sus miembros están en la cárcel, y sus diputados no han dudado en recurrir a la violencia física frente a su contendor. Por ejemplo, en 2012, Ilias Kasidiaris en pleno set de televisión le lanzó un vaso de agua a Rena Dourou de Syriza y abofeteó dos veces a la comunista Kanelli.

Las manifestaciones públicas de neonazismo no son nuevas en Grecia, pero sí la existencia de un partido como su expresión más institucionalizada, más aún, si juega en el Parlamento. Por desgracia, desde hace tiempo en Europa, los movimientos ultranacionalistas y xenófobos han recobrado cierta fuerza. Éste será otro de los obstáculos contra los que Syriza deberá luchar.

En pocos días de gestión los líderes de Syriza ya han comenzado a dar señales de un nuevo momento en la política griega. Desde el rechazo al incremento de sanciones en contra de Rusia por parte de la UE hasta las declaraciones del mediático ministro de finanzas griego, Yanis Varoufakis, de no negociar su deuda a través de la Troika. Los europeos saben que si Grecia logra ganar esta batalla, probablemente, otros países en condiciones parecidas –endeudados, con amplio descontento social y nuevos (y populares) actores políticos– también podrían hacerlo.

El efecto Syriza: Podemos el próximo rebelde frente a Bruselas
Pablo Iglesias, el carismático líder del movimiento español Podemos, ha apoyado visiblemente la candidatura de Syriza, y en particular a Alexis Tsipras.  Podemos es también uno los “no alineados” a las medidas de austeridad del Consenso de Bruselas.   

A diferencia de Grecia una economía pequeña comparada con el resto de países europeos–, España tiene un peso mayor dentro del consenso continental. Un giro hacia la izquierda estremecería a la Unión casa adentro y en sus relaciones con otros incómodos vecinos como Rusia.

El triunfo de Syriza es un amplio impulso para la victoria de Podemos en España. Según varias encuestas y sondeos, ya se sitúa como la primera fuerza política del país ibérico. El triunfo de Podemos erosionaría el bipartidismo del Partido Popular (PP) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) que por décadas han (mal) manejado el gobierno.

Lo que suceda en Grecia, en estos primeros meses de gobierno de Syriza, será un catalizador de escenarios, a los que Podemos también podría enfrentarse en caso de llegar al poder. Probablemente, Atenas ya no sea la cuna de una nueva civilización, pero sí puede ser el epicentro de una ola progresista en Europa.