@Valeria_RRII
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A
diferencia de otros esquemas de integración, la Unión Europea es una
institución supranacional y aquello implica que los países miembros ceden parte
de su soberanía en la medida en que adoptan las leyes, normas, reglas,
políticas y planes comunitarios. No obstante, a menudo se ha discutido sobre la
Europa de las dos velocidades, o incluso, de la Europa multivelocidades, lo que
ha complejizado la adopción homogénea de la normativa europea a nivel
doméstico.
Esas
notables diferencias entre los países miembros –que exceden el ámbito económico-financiero-
han propiciado que exista un principio de diferenciación, que puede ser
definido como un proceso que permite a algunos Estados ir más allá en la
integración, mientras que otros pueden optar por no hacerlo, como el caso de
Gran Bretaña. Así por ejemplo, de los 28 Estados, 19 tienen como moneda común
el euro, los restantes nueve conservan su propia divisa. El Reino Unido (RU) se
incluye en este último grupo. Por tanto, referirse a la Eurozona y a la Unión
Europea como lo mismo, es un gran error.
Esta
integración diferenciada, sin embargo ha sido un arma de doble filo, porque por
un lado ha permitido la expansión de la Unión Europea – incluso hacia el Este,
la histórica zona de influencia ruso-soviética-, pero por otro, ha allanado el
camino hacia la fragmentación y por tanto, ha socavado la propia legitimidad de
la UE.
Gran
Bretaña, ha sido uno de los países – sino el que más- le ha sacado provecho al
principio de diferenciación, debido al alto grado de poder que detenta en la
gobernanza mundial. Adicionalmente, su especial relación con los Estados
Unidos, no le ha permitido -al menos desde el siglo XX- comprometerse plenamente
con la Europa continental.
“Yo no amo Bruselas, amo el Reino Unido”
Además
de estos factores, la crisis económico – financiera de 2008, la crisis del
euro, y la reciente crisis de refugiados ha planteado serios cuestionamientos a
la gobernanza de la Unión Europea. En
este marco de conflictivas respuestas de la Comunidad, David Cameron, el primer
ministro británico, presionado por los partidos euroescépticos (UKIP), por miembros
de su propio partido (conservador) y cierta creciente opinión pública -principalmente
antimigrante-, negoció en febrero un “estatus especial” para el Reino Unido
dentro de la Unión Europea.
Luego
de dos días maratónicos de negociación, David Cameron logró un traje a la
medida británica: nada de unión más estrecha, protección a los Estados no
incluidos en la Eurozona, conceder mayor poder a los parlamentos para bloquear
leyes comunitarias, y limitar las prestaciones sociales de los trabajadores
inmigrantes en un plazo máximo de siete años –frente a los 13 iniciales que
impulsaba Londres-. A cambio Cameron se
comprometió a impulsar el No al “Brexit”
(por la contracción en inglés entre Britain
y exit) en el referendo.
Entre
un discurso europeísta y un “Yo no amo Bruselas, amo el Reino Unido”, David Cameron anunciaba el triunfo de la
negociación. Posteriormente, se fijó el 23 de junio como la fecha del
referéndum en la que como muchos dicen, el Reino Unido definirá su identidad y
la Unión Europa su posible desmoronamiento o reforma.
La fuerza del argumento antiinmigrante
La
creciente aparición y el triunfo de partidos políticos euroescépticos en varios
países miembros ha hecho inevitable la politización de la Unión Europea y en
general, de la integración regional en la agenda política doméstica. La solo clasificación de partidos pro-unión y
euroescépticos resulta un indicador.
Ahora
bien, una de las cuestiones que más critica el Reino Unido es la supuesta
“política de puertas abiertas” que les impone la normativa comunitaria – a
pesar de que no forma parte del Acuerdo Schengen- y que según los críticos de
la UE, abre el paso a la inmigración desregulada.
Actualmente,
hay tres millones de inmigrantes de la UE en Gran Bretaña pero ¿es suficiente salirse
de la Unión Europea para frenar la inmigración indiscriminada? Ciertamente no, por el contrario, el gobierno
del Reino Unido deberá analizar con calma estos ofrecimientos, pues en caso de
que triunfe el sí, su compromiso será mucho mayor y también, su escrutinio.
Que
el argumento antiinmigrante sea clave en el impulso para proponer el referendo
dice mucho sobre cierto segmento de la población. ¿Quiénes son los “Breexiters”? Sorprendentemente, de acuerdo con una reciente
publicación de “The Economist”, al
parecer hay un factor de educación y de clase, pues mientras más cualificado es
alguien, es más propenso a ser proeuropeo, en tanto, que a menos preparación,
la tendencia sería contraria.
Luego del referéndum: “Keep calm and carry on”
Probablemente,
mientras usted lea este artículo, ya se conozcan los primeros resultados del referéndum.
Y en caso de que las encuestas de los últimos días en que le daban el triunfo
al sí al “Brexit” sean ciertas, el
escenario, sobre todo, a corto plazo puede ser desastroso tanto para la UE como
para el RU.
Por
un lado, este es uno de los momentos de mayor fragilidad política y económica
de la UE, que además, a traviesa ciertas disonancias entre sus dos motores más
importantes: Francia y Alemania, que parecen carecer de un proyecto común
debido a sus propias asimetrías. En tal
contexto, la salida del RU debilitaría aún más a la UE, no solo a nivel
comunitario, sino a nivel internacional, pues, sentaría un terrible precedente
que motivaría a los partidos euroescépticos a presionar con mayor fuerza a su
país miembro por una salida de la UE, provocando, en el peor de los escenarios
para los europeístas, una desintegración. Sin hablar de los muchos efectos
económicos y migratorios –como ya se mencionó-, para la UE perder a la que en 2030
sería la economía más grande de la Comunidad, sin duda, causa preocupación.
Por
otro lado, para el RU sería perder uno de sus principales mercados, además de
los privilegios en inversión. Su
crecimiento económico se vería gravemente afectado al menos durante unos quince
años, sin contar que su agenda de “libre comercio” se vería mermada. A esto se
añaden, efectos negativos en el ámbito científico y cultural.
Como
es obvio suponerlo, la Unión Europea se asegurará de no dar paso -como muchos
suponen- a un “Nexit” (salida de Holanda) o a un “Czexit” (salida de República
Checa), y para ello, implementará acciones disuasorias, que podrían golpear al
RU más de lo que se imagina.
Ciertamente,
para la Unión Europea ha sido casi impensable la salida de un Estado miembro,
tal es así, que apenas en el 2009 con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa,
se estipula en el artículo 50 la posibilidad que tiene un Estado miembro de
retirarse de la UE, al respecto dice, debe hacerlo a través de una notificación
al Consejo Europeo.
El
artículo 50 no da muchos detalles del proceso, y en sí, el procedimiento de
salida de un país miembro de la UE es un vacío dentro de la construcción de su
institucionalidad. Probablemente, llegar a un acuerdo en los términos de una
eventual salida de Gran Bretaña, tomará al menos dos años.
En
caso de que triunfe el No al “Brexit” en
el referéndum, varios parlamentarios y expertos apuntan a un posible proceso de
reforma de la UE que pueda reflejar su amplitud y su vanguardia frente a la
comunidad y al reordenamiento internacional.
Hasta ese momento habrá que decir “keep calm and carry on”.
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