martes, 22 de abril de 2014

China en América Latina: más allá de la diplomacia del abastecimiento

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí


China no se agota como potencia emergente en términos económico-comerciales. Históricamente, como hasta hoy, no pretende tampoco convertirse en la potencia gobernante, ni mucho menos en el ‘paladín’ de valores universales. La agenda china tiene un enfoque político, que refuerza la tendencia hacia la multipolaridad, de la que también participa, en firme, la Federación Rusa.
En América Latina, China goza de una amplia aceptación por parte de los gobiernos, sin excepción de tinte político, desde la coalición más progresista como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), hasta la recientemente creada Alianza del Pacífico, de orientación más libremercadista.
El 18 de abril el canciller chino Wang Yi inició su gira por Latinoamérica, antesala a la visita del presidente Xi Jinping, propuesta para julio de este año. El Gobierno chino ha escogido a Cuba como el punto de partida de su periplo, lo que hace pensar en una mediación de su política exterior, no solo económica sino política. Un signo que apuntala el objetivo chino de construir un mundo de balance de poder multilateral, con una hegemonía estadounidense cada vez menor.
Desde 1960, China y Cuba gozan de excelentes relaciones y, sin excepción, China ha declarado públicamente su oposición al bloqueo económico, financiero y comercial impuesto por Estados Unidos al país caribeño por más de cincuenta años. No solo eso, Wang Yi sostuvo que las relaciones con Cuba son prioritarias para su país y el Partido Comunista Chino. En la tradicional jerga numérica -desde luego no menos importante-, China, después de Venezuela, es el segundo socio comercial de Cuba y le provee de una amplia cartera crediticia, así como de insumos tecnológicos. Cuba, en cambio, le exporta azúcar y varios medicamentos.
En América Latina, China goza de una amplia aceptación por parte de los gobiernos.Aquello resume el talante de las directrices de las relaciones de China con el mundo: un eje político que parece volverse a priorizar, a la par con el económico, subrayado durante la época de Deng Xiaoping. Abundan los reportes e informes contables de la presencia china en América Latina; desde luego, el vínculo no es menor y ha crecido de manera sostenida. Según un reporte de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), de 2000 a 2012 el comercio entre la región y China se multiplicó por 21, de $ 12.000 millones a $ 250.000 millones.
Hasta ahora no existe una respuesta común a nivel regional con respecto a la ascendencia y entrada cada vez más fuerte de la presencia china. De su lado, el país asiático ha preferido los acercamientos de tipo bilateral en detrimento de los grandes foros -aunque participa en varios marcos regionales como observador-. De algún modo, como producto de esa falta de estrategia regional se derivan dos problemas: primero, que América Latina reincide en su carácter primario-exportador; y segundo, la existencia de una heterogeneidad de los beneficios del comercio chino concentrado en ciertos países como: Brasil, Argentina, Chile y Perú.  
China juega, sobre todo, desde el Estado; los inversores chinos son empresas públicas del sector extractivo 
-mineras y energéticas-. Esta ‘diplomacia del abastecimiento’ permite, de cierto modo, que Estados Unidos se preocupe menos por la presencia china en la región. No obstante, China intenta sumar adhesiones en su estrategia a favor de la multipolaridad.  
La agenda del canciller chino continuará por Venezuela, Argentina y Brasil, estos dos últimos países también incluidos en la gira de 2012 del premier chino Wen Jiabao. Para Brasil y Chile -que tiene un tratado de libre comercio con el gigante asiático-, China se ha convertido en su principal socio comercial.
No deja de ser llamativo que Cuba y Venezuela sean países prioritarios esta vez en la agenda china. Es claro que China va no solo por lo económico-comercial, sino también por un fortalecimiento de sus relaciones con los vecinos incómodos de la Casa Blanca. De allí que el mito del ‘Consenso de Beijing’, esbozado azarosamente por un consultor de la firma de Henry Kissinger, Joshua Cooper, sea una visión lejana y disímil para entender las relaciones sino-latinoamericanas, como parangón del Consenso de Washington.

jueves, 17 de abril de 2014

¿Cuánto refleja el gasto militar de la política mundial ?

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí



Esta semana el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (Sipri, por sus siglas en inglés) publicaba su informe anual sobre el gasto militar en el mundo.  Este estudio toma en cuenta varios rubros -únicamente oficiales- como: compra de armamento, mantenimiento de las tropas, costos administrativos, infraestructura e investigación científica con fines militares.

La tendencia a la baja en el expendio castrense parece mantenerse pero con notables excepciones. En 2012, el gasto se redujo un 0,5%, debido, en gran medida, a la retirada de las tropas de Estados Unidos y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) de Irak, a finales de 2011. En 2013,  el descenso fue de 1,9%. Pese a estas cifras optimistas, en la mayoría de los países los recursos invertidos en temas militares se han incrementado.
¿Qué revela este informe de la nueva configuración mundial, caracterizada por un desgaste del poder hegemónico de Estados Unidos y un ascenso de nuevos actores globales como Rusia y China?  Hay que decir que todo informe, ranking o documento similar tiene su margen de error y su nivel de sesgo. Pero partiendo de que el Sipri toma los datos provenientes de fuentes oficiales, se puede tener una idea cercana de las tendencias en el gasto militar de acuerdo a los objetivos de los Estados.
A nivel mundial se invirtieron $ 1.750 millones en asuntos castrenses. Mientras Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países europeos, como Austria, Bélgica, Holanda, Grecia, Irlanda, Italia y España, han recortado sus presupuestos militares, Rusia y China han reforzado la adquisición de armamento y la preparación de sus tropas.
Pese a que Estados Unidos, responsable de un tercio del gasto militar en el mundo, redujo un 7,8% sus recursos debido a su salida de Afganistán, es todavía el principal comprador de armas. El ascenso de Rusia es llamativo y va de la mano con su afianzamiento como actor global, con poder de disputarle el monopolio decisional a Estados Unidos. La Federación Rusa ha aumentado su gasto de defensa un 4,8%. Además, sus exportaciones de armas, el traslado de los presos privados de libertad alcanzan el 27% del mercado mundial, luego de Estados Unidos que mantiene un 29%. Los principales periódicos del mundo como ‘El País’ y ‘The Guardian’ no han tardado en subrayar el incremento del gasto militar ruso en 2013 y darle un cierto giro demonizador, muy acorde a la campaña mediática en contra del presidente ruso, Vladimir Putin, debido a la actual disputa entre el país euroasiático y Occidente por Ucrania.
A pesar de aquello, China es el país que ocupa el segundo puesto, con un incremento del 7,4%. Cifra que se matiza, pues la distribución de recursos militares son aún parcialmente secretos.
Se estima que para este 2014 gaste un 12% más que en 2013 por las tensiones territoriales que mantiene con Japón y Filipinas. Más allá de estas dinámicas, la modernización militar ha sido uno de los principales temas de la agenda china, que busca que su ejército tenga la talla de su economía. La difusa comunidad internacional sigue preocupada por la falta de transparencia de sus cuentas, una cuestión que China hasta el momento no piensa resolver.
Arabia Saudita ocupa el cuarto puesto del expendio castrense mundial, motivado por la cantidad de petrodólares con los que cuenta. Los centroamericanos: Nicaragua, Guatemala y Honduras han incrementado su presupuesto, debido a los carteles de la droga y al crimen organizado. En general, en América Latina, la inversión en defensa ha crecido un 2,2% por el buen momento que goza la región y cierta tendencia al rearme. El conflicto colombiano y la proliferación de alianzas extrarregionales (OTAN, Rusia, India) generan cierta atmósfera de incertidumbre que ha desembocado en un alza del presupuesto militar.
Justamente, hace un año la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) celebraba por todo lo alto la aprobación del tratado de regulación del comercio de armas. Se trata de un instrumento vinculante que prohíbe cuestiones como la transferencia de armas convencionales a otros países si se sabe que pueden ocurrir delitos de lesa humanidad, genocidios o crímenes de guerra. Desde luego, los grandes comerciantes de la defensa, se opusieron a este tratado.  
La historia revela lo poco que los tratados internacionales han podido hacer por la humanidad, menos aún, cuando la defensa nacional y los fines de lucro se anclan al comercio armamentista. En cambio, lo que sí ha dejado claro es que sin inversión militar, muy poco poder real podrá tener un Estado en el momento de negociar su lugar en el tablero mundial.
Clara coincidencia: los que más gastan en defensa son los mismos que se niegan a dejar su asiento o a incorporar a nuevos miembros en el oneroso Consejo de Seguridad.

viernes, 4 de abril de 2014

Afganistán y los hombres que no amaban a las mujeres

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí

Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por sus siglas en inglés) Afganistán lidera la lista de los peores países para ser mujer, y su récord, es aún más triste, sobre la maternidad: una de cada 11 mueren al dar a luz. Un fenómeno que en las zonas rurales y en las grandes ciudades del centro y el sur del país -de amplio dominio talibán- se agrava.
Por ejemplo: en Kandahar, la capital histórica de Afganistán y la segunda ciudad más grande,  solo el 10% de las mujeres dan a luz en el hospital y las que lo hacen deben irse después del alumbramiento, porque sus maridos les impiden quedarse.
El patriarcado omnímodo y aberrante que rige la sociedad afgana ha dejado por fuera de todo a la mujer, ha pulverizado su participación como sujeto político y la ha convertido en un simple objeto transaccionable.
Entender las estructuras sociopolíticas de Afganistán es un desafío  y describirlas, sin deslizarse hacia el simplismo y el reduccionismo, puede ser inevitable. Hay varios factores que ayudan a entender los trazos del escenario de este país asiático.  
Primero, la compleja geografía. La cadena montañosa de Hindu Kush lo atraviesa de noreste a suroeste  y ha permitido que se formen ciertos polos regionales en torno a  los que gira la vida política, social, económica y cultural del resto de aldeas cercanas. Mazar-e-Sharif y Kundu, al norte; Jalalabad  y Peshawar, al este; Herat y Farah, al oeste; Kandahar al sur -base Talibán- y Kabul, capital nacional, en el noreste.
Afganistán más que un Estado-nación, en sentido estricto, es una unión arbitraria de tribus. Étnicamente  se halla dominado por los pashtún, que representan el 45% de la población, los tayicos son el 25% y los hazaras, considerados parias, constituyen el 10%.  
Estos dos factores han impedido, en gran medida, la existencia de un Estado fortalecido, coadyuvando a que la estructura tribal y la tradición, como fuente del derecho, predominen en la sociedad afgana.  Además, ha sido un país invadido por rusos, soviéticos y por último  fue el blanco de la “Guerra contra el terrorismo”, liderada por Estados Unidos  desde 2001.
Hay quienes consideran que luchar contra el terrorismo talibán es luchar por los derechos de la mujer afgana. No obstante, luego de más de 10 años de presencia militar occidental -básicamente tropas de Estados Unidos y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)-, no existen grandes cambios en derechos.
El régimen talibán que gobernó desde mediados de  la década del 90, hasta 2001, continúa delineando la vida política de Afganistán. Con el fin de la Guerra Fría  las tensiones se exacerbaron en ese país que dio lugar a una guerra civil, que sirvió de caldo de cultivo para las madrasas, las escuelas coránicas de los refugiados afganos pashtunes, ubicados en Pakistán. Estos círculos de formación tenían una amplia influencia del ala deobandí del islam, que pretende restaurar los valores tradicionales puros de la sharia, el código de conducta islámico, que restringe el rol de la mujer. Si se tratara de un sistema de castas, como en la India, la mujer ocuparía el último puesto en la escala social.
Pese a que en 2001 se eligió, a través de sufragio, a Abd El Hamid Karzai, un islámico moderado, como presidente de Afganistán, la tradición talibán permaneció intocable. La nueva Constitución de 2004 reconoció la igualdad de hombres y mujeres, pero fue letra muerta. Peor aún, durante la campaña para la reelección de Karzai en 2009, los “señores de la Guerra” volvieron a ser convocados para altos mandos, con el fin de evitar una segunda vuelta. Para ganar los votos de los fundamentalistas Karzai continuó con la política excluyente contra las afganas.
Nada ha cambiado para las mujeres, que son todavía una moneda de cambio para saldar ofensas. Un hombre puede llegar a pagar hasta $ 5.500 por una mujer, en un país  en donde el salario promedio de un funcionario es de alrededor de $ 85.
Afganistán se apresta a un nuevo proceso electoral este 5 de abril. Con 11 candidatos en lid, difícilmente, se determinará el próximo presidente en la primera vuelta, por lo que el resultado final se conocería probablemente en agosto, durante el segundo round.  
Los derechos de las mujeres están por fuera de la agenda política de reconstrucción del país, algunos movimientos de mujeres aislados, sobreviven a las amenazas constantes de los fundamentalistas y a las campañas mediáticas atroces desde los canales de televisión de los “señores de la guerra”.
Sin participación de las mujeres en la vida política  y, más aún, sin derechos en la esfera doméstica, se desvanece cualquier posibilidad de que Afganistán pueda salir del violento oscurantismo en el que vive. La discriminación y la violencia contra las mujeres se han convertido en el verdadero opio afgano.