viernes, 4 de abril de 2014

Afganistán y los hombres que no amaban a las mujeres

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí

Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por sus siglas en inglés) Afganistán lidera la lista de los peores países para ser mujer, y su récord, es aún más triste, sobre la maternidad: una de cada 11 mueren al dar a luz. Un fenómeno que en las zonas rurales y en las grandes ciudades del centro y el sur del país -de amplio dominio talibán- se agrava.
Por ejemplo: en Kandahar, la capital histórica de Afganistán y la segunda ciudad más grande,  solo el 10% de las mujeres dan a luz en el hospital y las que lo hacen deben irse después del alumbramiento, porque sus maridos les impiden quedarse.
El patriarcado omnímodo y aberrante que rige la sociedad afgana ha dejado por fuera de todo a la mujer, ha pulverizado su participación como sujeto político y la ha convertido en un simple objeto transaccionable.
Entender las estructuras sociopolíticas de Afganistán es un desafío  y describirlas, sin deslizarse hacia el simplismo y el reduccionismo, puede ser inevitable. Hay varios factores que ayudan a entender los trazos del escenario de este país asiático.  
Primero, la compleja geografía. La cadena montañosa de Hindu Kush lo atraviesa de noreste a suroeste  y ha permitido que se formen ciertos polos regionales en torno a  los que gira la vida política, social, económica y cultural del resto de aldeas cercanas. Mazar-e-Sharif y Kundu, al norte; Jalalabad  y Peshawar, al este; Herat y Farah, al oeste; Kandahar al sur -base Talibán- y Kabul, capital nacional, en el noreste.
Afganistán más que un Estado-nación, en sentido estricto, es una unión arbitraria de tribus. Étnicamente  se halla dominado por los pashtún, que representan el 45% de la población, los tayicos son el 25% y los hazaras, considerados parias, constituyen el 10%.  
Estos dos factores han impedido, en gran medida, la existencia de un Estado fortalecido, coadyuvando a que la estructura tribal y la tradición, como fuente del derecho, predominen en la sociedad afgana.  Además, ha sido un país invadido por rusos, soviéticos y por último  fue el blanco de la “Guerra contra el terrorismo”, liderada por Estados Unidos  desde 2001.
Hay quienes consideran que luchar contra el terrorismo talibán es luchar por los derechos de la mujer afgana. No obstante, luego de más de 10 años de presencia militar occidental -básicamente tropas de Estados Unidos y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)-, no existen grandes cambios en derechos.
El régimen talibán que gobernó desde mediados de  la década del 90, hasta 2001, continúa delineando la vida política de Afganistán. Con el fin de la Guerra Fría  las tensiones se exacerbaron en ese país que dio lugar a una guerra civil, que sirvió de caldo de cultivo para las madrasas, las escuelas coránicas de los refugiados afganos pashtunes, ubicados en Pakistán. Estos círculos de formación tenían una amplia influencia del ala deobandí del islam, que pretende restaurar los valores tradicionales puros de la sharia, el código de conducta islámico, que restringe el rol de la mujer. Si se tratara de un sistema de castas, como en la India, la mujer ocuparía el último puesto en la escala social.
Pese a que en 2001 se eligió, a través de sufragio, a Abd El Hamid Karzai, un islámico moderado, como presidente de Afganistán, la tradición talibán permaneció intocable. La nueva Constitución de 2004 reconoció la igualdad de hombres y mujeres, pero fue letra muerta. Peor aún, durante la campaña para la reelección de Karzai en 2009, los “señores de la Guerra” volvieron a ser convocados para altos mandos, con el fin de evitar una segunda vuelta. Para ganar los votos de los fundamentalistas Karzai continuó con la política excluyente contra las afganas.
Nada ha cambiado para las mujeres, que son todavía una moneda de cambio para saldar ofensas. Un hombre puede llegar a pagar hasta $ 5.500 por una mujer, en un país  en donde el salario promedio de un funcionario es de alrededor de $ 85.
Afganistán se apresta a un nuevo proceso electoral este 5 de abril. Con 11 candidatos en lid, difícilmente, se determinará el próximo presidente en la primera vuelta, por lo que el resultado final se conocería probablemente en agosto, durante el segundo round.  
Los derechos de las mujeres están por fuera de la agenda política de reconstrucción del país, algunos movimientos de mujeres aislados, sobreviven a las amenazas constantes de los fundamentalistas y a las campañas mediáticas atroces desde los canales de televisión de los “señores de la guerra”.
Sin participación de las mujeres en la vida política  y, más aún, sin derechos en la esfera doméstica, se desvanece cualquier posibilidad de que Afganistán pueda salir del violento oscurantismo en el que vive. La discriminación y la violencia contra las mujeres se han convertido en el verdadero opio afgano.

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