jueves, 29 de mayo de 2014

Colombia decide en los tiempos del cólera

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí


Hace cuatro años, cuando Juan Manuel Santos representaba al Partido de la U (Partido de la Unidad Social) y, sobre todo al legado uribista, fue uno de los candidatos a la presidencia de Colombia que más votos había obtenido en los últimos 50 años;  más de 9 millones  en la segunda vuelta.
Frente a la aplastante victoria de 2010, el contraste con los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales pasadas, en la que Santos obtuvo un 25,68% debajo del 29,26% del candidato del uribismo Óscar Zuluaga, no deja de ser leído como una sorpresiva derrota. Históricamente, en América Latina, la figura del presidente-candidato muy pocas veces ha perdido.
Pero si bien Santos desciende en esta primera ronda, la votación a favor de Zuluaga tampoco puede ser interpretada como una victoria rotunda. Varias cuestiones que desempañar. El alto abstencionismo del 60% no solo puede ser explicado como una simple desafección política, sino como un voto castigo frente a la clara desvinculación que persiste entre el proceso de paz y la necesidad de un nuevo pacto social.
La campaña estuvo dominada por las posturas en torno a las negociaciones de paz del Gobierno con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Santos apoya un proceso de negociación, mientras que Zuluaga se ha pronunciado por una suspensión temporal de los diálogos y de continuar, sería “sin condiciones” de las FARC.  
En retrospectiva: Santos ganó en 2010 por ser el heredero del uribismo, pero en su gestión y principalmente, en los procesos de negociación, tomó distancia del proyecto que lo había llevado al poder. La aprobación de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras provocó -además de las críticas de las FARC- que la derecha y la ultraderecha le quitaran su apoyo. Este corpus legal aprobado en junio de 2011, con el amén de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ha sido considerado uno de los más ambiciosos del mundo dentro de su ámbito, entre lo más importante implica: el pago de indemnizaciones, la restitución de millones de hectáreas, todo, a través de la coordinación de 42 instituciones del Estado. El entorno regional ha ayudado para que esta negociación sea sostenible. No obstante, a pocos colombianos ha logrado convencer la estrategia de Santos.
Además, los viejos fantasmas de “amor narcótico” entre el sistema político y los carteles del narcotráfico, aparecieron como componente central de la  “campaña sucia” entre Santos y Zuluaga. A Santos no dejó de salpicarle el escándalo de su hoy exasesor de campaña el pundit venezolano Juan José Rendón -J.J. Rendón- acusado de haber recibido dinero del narcotráfico para la campaña de Santos en 2010. Un caso muy familiar en la historia de la política colombiana, que en su haber tuvo el sonado ‘Proceso 8000’, en el que se incriminaba al expresidente Ernesto Samper de haber recibido 4 mil millones de pesos del narcotráfico -del cartel de Cali- para su campaña de 1994.
Curiosamente, y de manera casi paralela, la bomba estalló del lado de Zuluaga. En un video revelado por la ‘Revista Semana’, se mostraba a Zuluaga y al “hacker” Andrés Sepúlveda conspirando contra el proceso de paz y la candidatura de Santos. La página ‘Diálogos a voces’ sería la cara visible de la filtración de información. Lo que ha sido aún más desconcertante es que a pesar de que la Fiscalía colombiana determinó la autenticidad del video 2 días antes de las elecciones, el veredicto muy poco alteró la balanza.
Los datos macroeconómicos, tan venerados por la comunidad internacional, tampoco parecen haber incidido a favor de la opción – Santos. Por ejemplo: Colombia ha crecido a un ritmo del 4,6% anual, la inflación en 2013 se situó en menos del 2%, el desempleo es del 10,7% y la pobreza se ubicó en 30,6% para el mismo año. Nada de esto lo ha ayudado.
¿Qué tanto puede cambiar el escenario hasta el 15 de junio cuando se realice la segunda vuelta? ¿Más guerra sucia y menos propuestas orgánicas? ¿Cuánto de ese 60% saldrá a votar y por quién lo hará?  Las alianzas pueden dar una primera luz sobre la reconfiguración de las fuerzas. De los 3 candidatos que no pasaron a segunda vuelta, solo uno se ha pronunciado -hasta el momento de escribir este artículo- a favor de Santos. El Polo Democrático, de Clara López, se inclinaría por el voto en blanco; los Conservadores de Marta Lucía Ramírez esperarían a escuchar a ambos, antes de decantarse por uno de ellos; y el Partido Alianza Verde, de Enrique Peñalosa le apostaría a “la paz de Santos”. Se suma a aquello, el apoyo de 3 altos funcionarios de la administración del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro: Jorge Rojas, secretario de Integración Social; José Miguel Sánchez, director del Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idipron), y Aldo Cadena, secretario de Salud, quienes ya han renunciado a sus cargos para acompañar a Santos en su camino a la reelección.
En caso de que Zuluaga ganara no solo dejaría en ciernes los diálogos de paz y sus condiciones, sino que -llamativamente- también los Tratados de Libre Comercio (TLC). Ha dicho que ya no firmará más TLC y que, incluso, los renegociará. Ese es su discurso, al menos, como candidato.
Con la candidatura de Santos, es la segunda vez que se pone en marcha la enmienda constitucional de 2005 promovida por Uribe para presentarse a la reelección. Comparativamente, lo obtenido por Uribe en 2006: más del 60% en una sola vuelta, se distancia ampliamente de los resultados de la opción-Santos.
Pese al encandilamiento que ha sobreestimado a la ultraderecha en estos últimos días, las alianzas podrían jugar a favor de Santos y su discurso de búsqueda de la paz. Pensar la paz como fin de la “violencia directa” -visible y física- no es suficiente, la necesidad de un nuevo contrato social que integre una agenda hacia una “paz estructural” de acceso a la educación y a la salud se acentúa. No está por demás admitir que la paz de Colombia es la paz de la región.

martes, 13 de mayo de 2014

Exportando la desestabilización 2.0

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí

Los comunicólogos han comenzado a hablar en el último lustro de la E-participación. Cándidamente, para muchos, las redes sociales o web 2.0 ayudan al debate y por tanto contribuyen al mejoramiento de la democracia -esa palabra mágica-. La herramienta en sí misma no tiene perversidad, sino sus usos.
Las redes sociales como Twitter y Facebook han potenciado las formas de activismo, militancia y discusión y han sido empleadas como “armas” para el combate político, pero no lo han condicionado. Han dotado de niveles de viralidad y velocidad a las voces y a las protestas sin ser imprescindibles.
Fue casi un lugar común decir que las revueltas árabes (sobre todo aquellas ocurridas en Túnez, Egipto, Libia y Siria) se llevaron a cabo gracias a las redes sociales. Un estudio de Eira Martens, de la DW Akademie sobre aquello, concluyó que “Internet animó la protesta pero no la coordinó”.
Los ejemplos del uso de las redes sociales como instrumento y arena de participación política se extienden a lo largo y ancho del globo. Otros casos fueron Occupy Wall Street (Estados Unidos), el Movimiento 15-M (España) y #YoSoy132 (México). De algún modo esta insuflación de las redes es sintomática del cierre de espacios por parte del sistema político y del sistema mediático tradicional. Son esa hendija por la que los mensajes circulan a placer sin necesidad de un pautaje previo o de cualquier otro filtro.
Internet, esa “oscura tecnología” -como la llamó en su momento Manuel Castells-, no es solo un sistema de comunicación sino un medio que ha generado nuevas estructuras organizativas, convirtiéndose en un “tropos” de la diversidad.
Los recientes intentos de desestabilización en Venezuela, a través de la circulación de montajes fotográficos falsos que mostraban imágenes de las protestas en Siria o España, como si se tratase de Venezuela, han sido una muestra de la deleznable cara de la web 2.0.
Gracias a una investigación de la agencia de noticias Associated Press (AP) publicada la semana pasada, se descubrió que la red social móvil ZunZuneo, que en más de 3 años ha ganado alta popularidad en Cuba, fue un proyecto del Departamento de Estado de Estados Unidos con fines desestabilizadores financiado a través de la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (Usaid, por sus siglas en inglés). Según el vocero de la Casa Blanca, se trató de expandir el espacio de expresión. No obstante, AP sostuvo que se planeaba introducir mensajes políticos para iniciar algo parecido a lo que ocurrió en Medio Oriente.
La desestabilización ha encontrado en las redes sociales una forma más quirúrgica para el desate, pero por sí mismas y sin un contingente “real” muy poco podrían lograr. En efecto, la creación de ZunZuneo es un claro signo de intromisión en la soberanía de Cuba, y demuestra la perversidad que acompaña a la “cooperación política”. El universalismo, propio del ejercicio de la política exterior de Estados Unidos tiene en las redes sociales la mejor ágora para su propagación, tendiente al desvanecimiento de los matices y a la exaltación de lo homogéneo.
Los Estados no pueden pasar por alto una estrategia frente a las nuevas tecnologías y a su mal uso como instrumentos de violación al orden, a la seguridad y al derecho a la privacidad de sus ciudadanos. La asimetría de las invenciones, en la que Latinoamérica sigue siendo un consumidor de tecnología, la vuelve aún más vulnerable.
Si bien el proyecto ZunZuneo es condenable, no puede sobredimensionarse en sus efectos. La cacofonía del desencanto en las redes sociales difícilmente puede dispararse sin un correlato en lo real y tangible. Por último, la desorientación y el caos de internet, así como la desigualdad en el control de herramientas, software y bases de datos, hace necesario que los Estados comiencen a tomarse en serio estos temas.

viernes, 2 de mayo de 2014

¿Qué tenía que celebrar España el 1 de mayo?

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí


Para la mayoría de los españoles, el primero de mayo no fue una jornada de vacancia, menos aún de celebración; por el contrario, significó ubicar, una vez más, en el centro del debate la preocupación por el desempleo, la cara más sensible de la crisis económica desatada en 2008 por una confluencia de factores endógenos y exógenos.
La debacle financiera mundial de 2008, que afectó sobre todo a los mercados, a las aseguradoras y reaseguradoras, así como a varios sectores de la economía internacional (por ejemplo, el automotriz); sumada a la especulación inmobiliaria en España, un país cuyo sector de la construcción significa el 34% del PIB; y la inflación, determinaron que el número de “parados” crezca de modo galopante y sin señales de disminuir. De 2008 a 2014, la cifra de desempleados ha pasado de un 17% a 26% de la población económicamente activa.  Para el primer trimestre de este año, la Comunidad de Andalucía lleva la delantera con un 35% de parados.
La crisis y las reducidas oportunidades de trabajo han tenido consecuencias heterogéneas en la sociedad española. Por ejemplo, los jóvenes menores de 25 años han sido los más golpeados.  
El Instituto Nacional de Estadística de España (INE) anunciaba esta semana que el desempleo juvenil se había reducido un 2,8%; pese a ello, la tasa es aún una de las más altas de Europa con el 55,48%. Los inmigrantes también se sitúan dentro de los segmentos poblacionales más vulnerables, con un 37,72%.
Como sucede a menudo, esta crisis no es solamente económica, sino política. En 2010, el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) –en teoría de izquierda- impuso, quizá, uno de los mayores tijeretazos sociales de la historia de España, al recortar los salarios de los funcionarios públicos, las pensiones y eliminando el “cheque bebé” -una prestación de 2.500 euros ($ 3.472) que recibían las futuras madres por  el nacimiento de su hijo-.
La recesión acentuó el desdibujamiento de las fronteras identitarias y programáticas de la izquierda y la derecha. Zapatero y  Mariano Rajoy han tomado la misma vía: gasto social mínimo y reducción del Estado de bienestar, algo que de lejos no ha solucionado los problemas derivados de la crisis de 2008. Esta semana el gobierno de Rajoy –del Partido Popular (PP)- prometió  en su reciente actualización del Programa de Estabilidad 2014-2017, recuperar al menos 600 mil empleos en dos años. Esto significaría una ligera disminución del 10% del total de seis millones de parados.
Las medidas de austeridad no son solo instrumentos de la tecnocracia financiera europea, sino verdaderas amenazas a los derechos sociales conquistados, en gran medida, por la histórica lucha obrera, que hoy en España parece tener más que nunca motivos de movilización.