martes, 13 de mayo de 2014

Exportando la desestabilización 2.0

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí

Los comunicólogos han comenzado a hablar en el último lustro de la E-participación. Cándidamente, para muchos, las redes sociales o web 2.0 ayudan al debate y por tanto contribuyen al mejoramiento de la democracia -esa palabra mágica-. La herramienta en sí misma no tiene perversidad, sino sus usos.
Las redes sociales como Twitter y Facebook han potenciado las formas de activismo, militancia y discusión y han sido empleadas como “armas” para el combate político, pero no lo han condicionado. Han dotado de niveles de viralidad y velocidad a las voces y a las protestas sin ser imprescindibles.
Fue casi un lugar común decir que las revueltas árabes (sobre todo aquellas ocurridas en Túnez, Egipto, Libia y Siria) se llevaron a cabo gracias a las redes sociales. Un estudio de Eira Martens, de la DW Akademie sobre aquello, concluyó que “Internet animó la protesta pero no la coordinó”.
Los ejemplos del uso de las redes sociales como instrumento y arena de participación política se extienden a lo largo y ancho del globo. Otros casos fueron Occupy Wall Street (Estados Unidos), el Movimiento 15-M (España) y #YoSoy132 (México). De algún modo esta insuflación de las redes es sintomática del cierre de espacios por parte del sistema político y del sistema mediático tradicional. Son esa hendija por la que los mensajes circulan a placer sin necesidad de un pautaje previo o de cualquier otro filtro.
Internet, esa “oscura tecnología” -como la llamó en su momento Manuel Castells-, no es solo un sistema de comunicación sino un medio que ha generado nuevas estructuras organizativas, convirtiéndose en un “tropos” de la diversidad.
Los recientes intentos de desestabilización en Venezuela, a través de la circulación de montajes fotográficos falsos que mostraban imágenes de las protestas en Siria o España, como si se tratase de Venezuela, han sido una muestra de la deleznable cara de la web 2.0.
Gracias a una investigación de la agencia de noticias Associated Press (AP) publicada la semana pasada, se descubrió que la red social móvil ZunZuneo, que en más de 3 años ha ganado alta popularidad en Cuba, fue un proyecto del Departamento de Estado de Estados Unidos con fines desestabilizadores financiado a través de la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (Usaid, por sus siglas en inglés). Según el vocero de la Casa Blanca, se trató de expandir el espacio de expresión. No obstante, AP sostuvo que se planeaba introducir mensajes políticos para iniciar algo parecido a lo que ocurrió en Medio Oriente.
La desestabilización ha encontrado en las redes sociales una forma más quirúrgica para el desate, pero por sí mismas y sin un contingente “real” muy poco podrían lograr. En efecto, la creación de ZunZuneo es un claro signo de intromisión en la soberanía de Cuba, y demuestra la perversidad que acompaña a la “cooperación política”. El universalismo, propio del ejercicio de la política exterior de Estados Unidos tiene en las redes sociales la mejor ágora para su propagación, tendiente al desvanecimiento de los matices y a la exaltación de lo homogéneo.
Los Estados no pueden pasar por alto una estrategia frente a las nuevas tecnologías y a su mal uso como instrumentos de violación al orden, a la seguridad y al derecho a la privacidad de sus ciudadanos. La asimetría de las invenciones, en la que Latinoamérica sigue siendo un consumidor de tecnología, la vuelve aún más vulnerable.
Si bien el proyecto ZunZuneo es condenable, no puede sobredimensionarse en sus efectos. La cacofonía del desencanto en las redes sociales difícilmente puede dispararse sin un correlato en lo real y tangible. Por último, la desorientación y el caos de internet, así como la desigualdad en el control de herramientas, software y bases de datos, hace necesario que los Estados comiencen a tomarse en serio estos temas.

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