Publicado originalmente en El Telégrafo aquí
El gran director de cine, e ícono del surrealismo, Luis Buñuel, retrató irónicamente a las opulentas clases europeas en su famosa película de 1972 El discreto encanto de la burguesía que, de paso, le valió un premio Oscar, el primero obtenido por un director nacido en España.
El gran director de cine, e ícono del surrealismo, Luis Buñuel, retrató irónicamente a las opulentas clases europeas en su famosa película de 1972 El discreto encanto de la burguesía que, de paso, le valió un premio Oscar, el primero obtenido por un director nacido en España.
Una serie de cenas entre un grupo de burgueses, que nunca llega a concretarse, desata una puesta en escena que, además de onírica, termina por subrayar el banal modo de ser de una burguesía, que rehúye a las grandes preguntas y sigue su camino sin un sentido claro.
Por eso, no es del todo arbitrario plantear un símil entre el leitmotiv del filme y lo que actualmente ocurre con las monarquías en el mundo, reliquias para unos cuantos románticos, y para otros, instituciones decimonónicas que no movilizan, no proponen y no tienen razón de ser. De los anacronismos más obvios en el siglo XXI. No obstante, esto que pareciera una perogrullada, no es generalizable, realezas como las de Gran Bretaña y Holanda gozan de alta popularidad.
España aparece entonces como la excepción a la regla. El mapa político del país ibérico se halla en cierta transfusión a la izquierda. Los recientes resultados de la elecciones para el Parlamento Europeo descolocaron al bipartidismo dominante -Partido Popular (PP) y Partido Socialista Obrero Español (PSOE)- con la irrupción del movimiento liderado por el profesor Pablo Iglesias, Podemos, ahora, la cuarta fuerza parlamentaria con cinco escaños ganados.
La abdicación del rey Juan Carlos I no puede interpretarse al margen del triunfo de Podemos, y no solo de aquello sino de la agitación social española en ascenso desde 2008 -cuando estalló la crisis-, el Movimiento 15-M, los empañamientos de la propia familia real y la naturaleza caduca de su existencia para el cambio político. Todo esto ha inspirado la consigna: ‘¡Referéndum ya!’ para decidir el futuro de la realeza.
Juan Carlos ha expresado en su decisión la necesidad de “abrir una nueva etapa de esperanza en la que se combinen la experiencia adquirida y el impulso de una nueva generación”, en referencia al relevo del mando por el príncipe Felipe. Los motivos no quedan claros y empiezan a rodar las hipótesis: por salud, por el nuevo escenario político, por los escándalos de corrupción de su yerno, por la crisis institucional, etc.
Echadas las cartas, la jugada del Rey ha sido inspiradora para las nacientes fuerzas políticas como Podemos y Equo, y para otra no tan joven como Izquierda Unida (IU), que ya han comenzado a reclamar un referéndum que decida por la continuidad de la monarquía o el viraje hacia la República.
Tan predecible como cierto, el anquilosamiento del PP y del PSOE y su incapacidad de respuesta, una vez más, han quedado expuestos. Ambos partidos, muy acorde al libreto, han decidido respaldar al heredero, sin tanto preámbulo ni ronda de preguntas.
Para la prensa mundial, el exrey Borbón fue quien ayudó a consolidar la democracia española, pero muy poco o nada ha dicho sobre el ungimiento franquista de Juan Carlos I hace 39 años. El monarca saliente fue designado por el propio Francisco Franco, dictador entre 1936 hasta su muerte en el 73.
La perspectiva de cambio político estaba dada, pero probablemente la velocidad y los alcances eran poco predecibles con lo que hoy sucede. Esta es la oportunidad histórica que tienen los españoles de cambiar el curso de los acontecimientos y decidir por el republicanismo y la democracia plena.
El fin de una monarquía apenas puede marcar el inicio, desde luego, un gran inicio.
Los ciudadanos tienen la última palabra.
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