Publicado originalmente en El Telégrafo aquí
Hace casi un año, un artículo de El País de España titulaba con alevosía el fin de la fiesta de los emergentes y fundamentaba su respuesta en ciertos criterios de la economía ortodoxa: menos crecimiento, más inflación. Este pronóstico arquetípico en la jerga neoliberal se aleja de cualquier enfoque político. La opción emergente es la clara puesta en escena de la necesidad de un orden mundial multipolar y lejos de perder terreno, lo gana.
La reciente Cumbre del Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), así como el encuentro entre China y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) recogen las agendas comunes que ya existían. La convergencia era natural y predecible.
Más allá del protagonismo de Rusia, Brasil y China, los encuentros suponen una alianza necesaria por la multipolaridad, el antiimperialismo y la soberanía. Implican nuevas formas de inserción en el sistema internacional y trastocan con fuerza el liderazgo estadounidense, principalmente en lo económico y financiero.
La multipolaridad empieza a tomar cuerpo y orientación: a través de la propuesta de construir un orden distinto al de Bretton Woods. El Brics ha peleado sin tregua por la reestructuración de esa ‘institucionalidad del malestar’: el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Disputa sin resultados que favorezcan una gobernanza más equilibrada, pero que coincide con el distanciamiento de varios países de la América Latina del eje Washington.
También la cita ha coincidido con varias dinámicas y coyunturas políticas que movilizan, impulsan y aceleran la marcha hacia la consolidación de esa multipolaridad. Esto bien puede resumirse en el carácter punitivo con el que Estados Unidos está enfrentando ciertas situaciones: las sanciones a algunas empresas públicas rusas por la crisis en Ucrania, la multa impuesta a bancos como el BNP Paribas por violar el bloqueo a Cuba, el fallo del juez Griesa a favor de los ‘fondos buitre’ y contra el Gobierno argentino, entre otros.
Aquello da peso y urgencia a la apuesta por crear un nuevo orden económico y financiero internacional que pare los excesos de la unilateralidad estadounidense. La creación de un Banco del Sur y de un Banco de Desarrollo por el Brics, así como las crecientes operaciones de transacción en divisas por fuera del dólar, alientan la posibilidad de reducir el poder de Washington en el mundo.
Además, el Foro China-Celac es el inicio para establecer una estrategia de relacionamiento común de la región con el gigante asiático, que tiene como desafío superar el predominio de un vínculo sostenido en el comercio de commodities y la explotación de recursos.
Por último, tanto la cumbre del Brics-Unasur como el foro Celac-China, parecen darle impulso a la integración regional, que de a poco ha ido desacelerándose. Resta saber si el factor de cohesión regional será la agenda con el Brics. Si es fiesta, apenas empieza.
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