martes, 22 de diciembre de 2015

América Latina en disputa: Contra la tesis del fin de ciclo progresista

Publicado originalmente en Cuadernos de Coyuntura de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires aquí

Publicado por Nodal aquí


El triunfo de la derecha en el escenario regional. Avances y retrocesos en torno a la integración. ¿”Fin de ciclo” o empate de fuerzas? La reinvención del posneoliberalismo y la necesidad de autocrítica como claves para la reconstrucción de la hegemonía.

A finales de los noventas e inicios del siglo XXI varios países de la región dieron un giro hacia la construcción de un Estado autónomo frente al poder económico con la llegada al poder de gobiernos comprometidos con un proyecto nacional-popular y de vocación integracionista. El posneoliberalismo como gran mérito histórico, había logrado romper el pacto entre élites que se había normalizado y cuasi institucionalizado al interior de las débiles repúblicas.

Pero ganar en las urnas no necesariamente se ha traducido en tener el poder. En más de una década, ninguno de los gobiernos posneoliberales ha sido inmune a los intentos de desestabilización de los grupos más reaccionarios. Tampoco, han logrado sortear la permanente campaña de deslegitimación y desinformación de las corporaciones mediáticas, cuyo alcance ha excedido las fronteras continentales. 

La derecha en América Latina no abandonó la campaña, ni siquiera en los primeros momentos en que la izquierda conquistaba electoralmente, por el contrario, frente a su debilidad en el escenario de la disputa política, y muy a modo “fuenteovejuna”, utilizó instancias privadas y de la “sociedad civil” como medios de comunicación, ONG, empresas, corporaciones, transnacionales, federaciones e incluso apeló a instituciones internacionales,  para explotar los errores de sus oponentes y darle la vuelta a sus aciertos.  

Contra el “fin de ciclo”

Luego de quince años de gobiernos posneoliberales, de retorno del Estado, de exitosas políticas redistributivas, de democracia participativa,  de soberanía y de nuevo regionalismo; la derecha ha logrado sus primeras victorias electorales en Argentina y Venezuela, países fundamentales para la integración regional y para la continuidad de la agenda programática progresista.  El aire que han dado estos triunfos a la derecha continental ha permitido colocar sin reparos la tesis del “fin de ciclo”.

Ciertamente, es imposible subestimar las pérdidas del kirchnerismo y del chavismo en Argentina y Venezuela respectivamente, peor aún, en un escenario en que la oposición brasileña no ha claudicado en su intento por derrocar a la presidenta Dilma Rousseff vía impeachment y mediante otros métodos de golpe blando como el calentamiento de calle o el desprestigio a través de los medios de comunicación. Sin embargo, hay algunos argumentos para no sentenciar un cierre, al menos no por ahora.

Primero, la derecha ha sido incapaz de reconstituirse políticamente desde su enunciación natural y para volver, ha tenido que situarse en el cortoplacismo de la antipolítica, moderar su discurso con cierto consignismo y apoyarse en el marketing de neón.  Aquello implica que para gobernar y sostenerse con legitimidad a largo plazo, difícilmente podrá saltar hacia una agenda neoliberal agresiva sin que tenga a las puertas un clima social conflictivo.   

Segundo, la derecha no ha triunfado por un proyecto de país elocuente, claro y alternativo al de la apuesta posneoliberal; sino porque ha logrado explotar mediáticamente los errores y puntos débiles de esos gobiernos.  Ha exacerbado sus desaciertos en el control de la corrupción, en la gestión pública y en las formas de hacer política. Esto, sumado al frágil panorama económico del último año -debido a la baja en los precios de los commodities-, le ha dejado un terreno más fácil de conquistar.

Tercero, no se puede reducir el inicio o fin de un ciclo únicamente al triunfo electoral, pese a ser un gran síntoma de la configuración de un nuevo marco de disputa. Tanto el chavismo como el kirchnerismo han consolidado un fuerte respaldo popular que trasciende a los períodos gubernativos y cuyo espectro de articulación va desde organizaciones políticas hasta grupos de ciudadanos “empoderados” y “autoconvocados”, algo, que todavía la derecha ha sido incapaz de lograrlo porque ni siquiera está en su ADN hacerlo.

El síntoma: la complejización del escenario regional

El escenario regional y fundamentalmente el proyecto de integración se complejiza con el triunfo de la derecha de Macri  en Argentina y de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) en Venezuela, pero referirse a un fin de ciclo por las razones ya mencionadas, y tomando en cuenta que todavía son mayoría los gobiernos posneoliberales, resulta aún muy prematuro.

¿Pero por qué el triunfo de Mauricio Macri causa tanta preocupación en el posneoliberalismo latinoamericano si ya sobrevivió al triunfo de la derecha de Sebastián Piñera en Chile en 2009? ¿Por qué supone la victoria legislativa de la MUD para algunos sectores –principalmente de derecha- el fin de un ciclo progresista? Hay varias aclaraciones que hacer y a más de una semana de la asunción de la presidencia de Macri, parecen multiplicarse.

El triunfo de Mauricio Macri no es equivalente a la victoria de Sebastián Piñera. El giro posneoliberal y la consolidación de un proyecto regional -más allá del funcionalismo transaccional- tuvo tres grandes procesos que le dieron forma e impulso: el chavismo en Venezuela, el petismo en Brasil y el kirchnerismo en Argentina.  Sin estos tres pilares,  la construcción de un integracionismo renovado y soberanista habría sido incluso impensable.  Por eso, la llegada al poder de Macri, cuya propuesta mira hacia la Alianza del Pacífico, al eje Washington – Bruselas y no ha tenido reparos en atentar contra el chavismo de Maduro, puede ser una amenaza para el avance del proyecto de integración. 

Además, el gobierno de Mauricio Macri ha tomado un cariz agresivo fácilmente comparable con el uribismo.  A través de una serie de medidas antidemocráticas y poco o nada republicanas los elegidos del PRO pretenden borrar de un plumazo lo alcanzado durante el kirchnerismo.  Aquello,  dista mucho de una derecha como la de Piñera que aunque corporativa e ineficiente, procuró al menos no retroceder a costa de las instituciones.  

La MUD también se apresta a aniquilar al chavismo, pero mientras Nicolás Maduro siga en el poder y sus bases se recompongan, le será difícil. Lo cierto es que la derecha, que erradamente fue leída como light, no ha tardado mucho en revelar sus oscuridades.


A modo de conclusión ¿Hacia el empate de fuerzas?

Si bien no puede hablarse de un fin de ciclo posneoliberal, existe cierta tendencia hacia un empate en la correlación de fuerzas en la región.  Y ahí el Brasil de Dilma y Lula sigue fungiendo como el gran determinante.  Aún la balanza se inclina a favor del progresismo, pero si no tiene la capacidad de recuperarse y reconducirse, puede acelerar su derrota.


El fin de ciclo no es solo una cuestión de fuerzas externas, ni vendrá por la inteligencia –artificial-  de la derecha.  Por el contrario y como demuestran los resultados, es un asunto que depende de la propia capacidad de autocrítica,  reinvención y corrección de las apuestas posneoliberales. Por esbozar algunos puntos: la formación de nuevos cuadros, el fortalecimiento ético del partido y del Estado, el cambio de la matriz productiva,  la eficiencia en la gestión pública, la construcción de hegemonía cultural y la aceleración de la integración regional, son grosso modo, algunos pendientes de más de una década ganada.

jueves, 5 de noviembre de 2015

El balotaje argentino, una cuestión regional

Publicado originalmente en El Telégrafo y en Aldea 42 


En el balotaje del 22 de noviembre se votará mucho más que al futuro presidente de Argentina. Ya está cantado a nivel regional el carácter histórico que puede tener el resultado del run-off en el que el Frente Para la Victoria (FPV), con la dupla, conformada por Daniel Scioli y Carlos Zannini, medirá fuerzas con la coalición Cambiemos, integrada por Mauricio Macri y Gabriela Michetti.
El telón de fondo no es menor. El momento fundador del giro progresista, poco a poco empieza a dar paso a sus sucesores, cuya impronta principal ha sido la de garantizar la continuidad de los proyectos nacional-populares y el proceso de integración regional posneoliberal.  
Como muy pocas veces en la historia -quizá jamás- los latinoamericanos -más aún los sudamericanos- hemos seguido con tanta atención y tensión las elecciones generales de países como Venezuela, Brasil y ahora, Argentina.  Para los sucesores, el camino hacia y en el poder ha sido complejo: dar la talla de su antecesor, continuar y superar lo alcanzado, pactar y negociar con nuevos sectores, no “desviarse” de la ruta trazada, lidiar con una derecha light pero envalentonada, etc.
Si bien Cristina Fernández de Kirchner en Argentina (2007) y Dilma Rousseff en Brasil (2011) abrieron este primer ciclo de sucesión con triunfos contundentes de amplias diferencias frente a sus contendores, durante los últimos comicios el escenario regional ha estado marcado por una recuperación de la derecha.
Luego de la muerte del comandante Hugo Chávez, en las elecciones de 2013 Nicolás Maduro se impuso apretadamente con el 50,66% al candidato de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), Henrique Capriles, que obtuvo el 49,07%. Con una parecida estrecha brecha, hace apenas un año, Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), fue reelecta como presidenta de Brasil con el 51,5% de los votos frente a 48,5% que alcanzó su rival Aécio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).
A más de una semana de las elecciones en Argentina, analistas, politólogos, sociólogos, pundits del marketing político y opinionólogos amateur intentan todavía explicar en su racionalidad el porqué de los inesperados resultados del domingo 25 de octubre, que colocaron a Daniel Scioli apenas con el 2,93% por encima del candidato derechista, Mauricio Macri.
Ya está por demás decir, que las encuestadoras como oráculos fracasaron en su intento.
Este resultado adverso para la continuidad de la ampliación de derechos que se lograron en estos diez años de kirchnerismo, abre también los cuestionamientos sobre ¿cuán débiles o fuertes son los actuales mecanismos de integración regional para resistir el retorno de agendas noventeras neoliberales reeditadas?
En los tres casos, en Venezuela, Brasil y Argentina, los candidatos de derecha han intentado levemente desmarcarse de la ortodoxia neoliberal que caracterizó a su relato en los 90. Las fórmulas edulcoradas, juveniles e inspiradas parecería en libros de autoayuda, inundan los discursos en los platós de campaña. No hay ningún pudor en revestir sus planes antipopulares con palabras que han caracterizado el discurso de la izquierda, como igualdad e inclusión. Hablan de cambio, así, en abstracto.
Capriles, Neves y Macri no han osado -pese al choque ideológico que debe generarles- en discutir las políticas sociales y conquistas de derechos logradas por los gobiernos progresistas, pese a que las fuerzas políticas a las que representan siempre fueron opositoras a cualquiera de esas iniciativas, sea en el Congreso, en el Senado y, por su puesto, en los medios de comunicación.  
A este tono antipolítico de su campaña, repleto de simplificaciones y mantras vacíos, se suman sus miserias en otras aristas como la economía y las relaciones internacionales. Allí el hiato es inocultable. Por ejemplo, la “Macri-economía” ya alborotó el gallinero con su plan de liberar el cepo cambiario, eso sí “gradual o abruptamente” llevaría a un escenario crítico. Además, de que de pista en pista se puede leer que debajo de la manga estará su programa de ajuste para ponerle fin al satanizado “gasto” público del Leviatán patagónico.
Lo grave y preocupante es que tanto  Capriles como Neves y Macri han sido enfáticos en anticipar un sustancial giro en la política exterior con una realineación con el eje Washington-Bruselas y un alejamiento y hasta socavamiento del proyecto posneoliberal regional. Siendo Venezuela, Argentina y Brasil los fundadores del nuevo momento de integración sudamericana -luego de que dijeran no al ALCA hace diez años-  un quiebre resultaría evidentemente mayúsculo.
En el peor de los escenarios, un triunfo de Macri podría envalentonar a la derecha desestabilizadora de Brasil, Venezuela y Ecuador a continuar en su carrera al poder sea por la vía que fuere. Basta mirar la prontitud con que los cabecillas de la derecha, como Guillermo Lasso de CREO de Ecuador, salieron a celebrar el resultado de Macri como un “viento de cambio” para la región.
Otro, Mario Vargas Llosa -a quien no le ha bastado su condición de Nobel para saldar sus frustraciones, y en esta década se ha dedicado a echar todo el lodo posible contra los gobiernos progresistas-, llamó a votar a Macri. Eso no ha sido tan grave como lo que dijo este domingo que: “el fenómeno peronista es más misterioso que el del pueblo alemán abrazando el nazismo”.
La metáfora antiperonista y antipopular de la “Casa Tomada” de Julio Cortázar (aquella casa que simboliza el país de los patricios tomado por los plebeyos, los descamisados en ese caso) vuelve a la memoria. Para la derecha latinoamericana, los gobiernos progresistas siguen siendo los intrusos, por eso los paladines conservadores están convencidos de que usar cualquier medio legítimo o ilegítimo para acabar con ese giro, es en sí mismo legítimo, pues son ellos los dueños del feudo.  
En este gris marco no es exagerado decir que la segunda vuelta en Argentina definirá no solo la continuidad o retroceso de lo alcanzado en ese país, sino que puede significar el punto de superación, estancamiento o socavamiento del proyecto posneoliberal regional. Es urgente dar el debate de cómo la Unasur y el Mercosur pueden ser capaces de avanzar en un panorama incluso adverso. La integración regional debe ser bandera popular. (O)

viernes, 7 de agosto de 2015

Brasil y los padrinos del impeachment

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí



No hay derecha en la región que actúe sin un “mecenazgo” o “apadrinamiento” forastero. Los auspicios desde el norte a los golpes de Estado y a los intentos de desestabilización, ahora, de los gobiernos posneoliberales han ido del centro al sur, sin dejar aire. 
Para no perder la costumbre, el impeachment -o juicio político con fines generalmente destituyentes- que se le quiere aplicar a la presidenta Dilma Rousseff arguyendo un presunto involucramiento en las redes de corrupción de Petrobras, es un nuevo intento de golpe, en el que no extrañaría exista una coautoría estadounidense.
Hay varias razones para pensar que los gobiernos petistas, tanto el de Luiz Inácio Lula da Silva como el de Dilma Rousseff, sean una piedra en el zapato para Estados Unidos, muy a pesar del pragmatismo que ha caracterizado a ambos mandatarios. 
La primera tiene que ver con la propia vocación pluripolar de la política exterior brasileña, que ha impulsado la conformación de un nuevo tipo de regionalismo posneoliberal, por un lado y por otro, se ha acercado a China y a Rusia.  De esta visión geopolítica se desprende su apuesta contrahegemónica en el bloque de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). 
En efecto, el triunfo de Dilma Rousseff alentó a los Brics, pues su competidor, el conservador Aécio Neves dejó sentado que su prioridad serían las relaciones con Estados Unidos. A eso se sumó como muestra que dos de sus posibles ministros de Economía y Comercio Exterior, tenían fuertes vínculos con intereses estratégicos de ese país.
Los Brics no son bien vistos por Washington, ni tampoco por los miembros del G-7 (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Japón y Canadá). Su intento de crear un orden económico paralelo y anti- Bretton Woods, prescindiendo del dólar y del Banco Mundial, puede cooptar y recortar gran parte del poder económico y financiero norteamericano. De ahí que tenga en la mira del desgaste a Rusia a través del conflicto en Ucrania y a Brasil con intentos de desestabilización.
Además de aquello, el Gobierno brasileño hoy exige mayores regalías y beneficios para el Estado en materia petrolera. En 2013, los condicionamientos para la licitación del Campo Libra (que podría tener hasta 12.000 millones de barriles de petróleo) bajo este propósito de mayores regalías para el Estado habría disuadido a las petroleras norteamericanas de participar, como a BP, Exxon o Chevron. 
Las relaciones brasileño-estadounidenses han tenido serios altibajos. Varios documentos entregados por Edward Snowden, exanalista de la CIA, a importantes periódicos del mundo, revelaron que el Gobierno norteamericano había espiado a la presidenta Rousseff y a Petrobras. Aquello provocó la postergación del encuentro oficial entre la mandataria brasileña y Barack Obama.
Sobran los motivos para sostener que un escenario de impeachment y regreso de la derecha en Brasil beneficiarían ampliamente a los vecinos del norte y alentarían a los grupos reaccionarios regionales, que en su desesperación, no han escatimado en recurrir a métodos antidemocráticos para pretender volver al poder.
Al igual que en Ecuador, la presidenta Rousseff ha optado por un gran llamado al diálogo nacional. No obstante, la provocación del miedo y la violencia han comenzado a encarnar las nuevas estrategias de la derecha. Claro despliegue reaccionario ha sido el atentado con una bomba casera contra el Instituto Lula, ahora que también se han volcado en salpicar a Lula con el escándalo de corrupción de Petrobras, con el fin de desgastarlo e impedir que sea candidato en las próximas elecciones. 
Para la región el acumulado de desestabilización que suma actualmente Brasil, Venezuela, Ecuador y, por último, 
El Salvador, es un grave peligro para la integración regional, la soberanía y la continuidad de los proyectos nacionales. Retroceder, no puede ser una opción. (O)

miércoles, 20 de mayo de 2015

Cuba y Estados Unidos, sin ingenuidades

Publicada originalmente en El Telégrafo aquí


Desde que en diciembre de 2014, los mandatarios de Cuba y Estados Unidos, Raúl Castro y Barack Obama, respectivamente, anunciaron el inicio de las negociaciones para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entres ambos países, han abundado las lecturas, con cierta ingenuidad, sobre este acontecimiento.
En efecto, se trata de un hecho histórico y de profundo significado para América Latina, pero al que hay que seguir con menos candidez y más coherencia histórico-política. No podemos olvidar que han   pasado más de cincuenta años, emitirse cerca de 23 resoluciones sucesivas de la Asamblea General de la ONU y cientos de declaraciones en varios foros internacionales denunciando el bloqueo a la isla. A esto se suman presos políticos, cerca de un billón de dólares en pérdidas económicas para Cuba y más de once millones de cubanos afectados.
No se trata de la generosidad de Estados Unidos, ni de un regalo de la Casa Blanca, sino de la reparación de los daños. El trayecto para una normalización de las relaciones es difícil y en temas como el cierre de la Base Naval de Estados Unidos en la Bahía de Guantánamo, así como el fin del bloqueo económico y financiero a Cuba, se podrían ver las limitaciones de la apertura.
Ciertamente, hay avances importantes, el último ha sido la solicitud oficial del ejecutivo norteamericano de retirar a Cuba de la lista de países que patrocinan el terrorismo, incluida desde 1982, por presunto financiamiento a la lucha armada en varios países de la región. Por un asunto burocrático, el retiro será efectivo dentro de 45 días, tras haberse enviado la documentación al Congreso. El plazo se cumpliría este 29 de mayo.
El jueves 21 de mayo se celebrará la tercera ronda de negociaciones, en la que se discutirá el restablecimiento de relaciones diplomáticas y la apertura de embajadas. Los dos grandes temas -arriba mencionados- no estarán en la agenda. Josefina Vidal, directora general para Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, y Roberta Jacobson, secretaria de Estado adjunta para Asuntos del Hemisferio Occidental, se encontrarán en Washington por esta ocasión.
Que Estados Unidos haya decidido negociar y rever el fracaso de su política con Cuba, no significa que haya aprendido la lección. Más bien, existen claras señales de un giro más agresivo hacia la región. Si pensábamos que en la década pasada, Washington “se había olvidado de América Latina” por encontrarse más interesada en Oriente Medio, esta vez, intentará recobrar el tiempo perdido.
El decreto emitido por la Casa Blanca que declara a Venezuela como una amenaza inusual y extraordinaria y sanciona a siete altos funcionarios de la seguridad de ese país; así como, la solicitud de la oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, de mayores recursos para la lucha por la democracia y los derechos humanos en países “semiautoritarios” como falazmente se refiere a Venezuela, Ecuador y Bolivia, son claros ejemplos de un redireccionamiento de la  política exterior de Estados Unidos, menos pragmática y más injerencista.
América Latina y más aún los países del ala progresista no deben perder de vista la data histórica, esa historia, tan incómoda para el propio Barack Obama, pero sin la que sería impensable una jugada estratégica y coherente.

viernes, 27 de marzo de 2015

Israel, el buen aprendiz

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí

No era un secreto que Barack Obama no soportaba a Benjamín Netanyahu. Al menos, dejó de serlo desde 2011 en la antesala de la Cumbre del G-20, cuando Nicolas Sarkozy (expresidente de Francia) y Obama confesaron su desconfianza y cansancio de Netanyahu en una reunión que ellos creían privada, pero que indiscretamente fue escuchada por varios periodistas, que no dudaron en convertirla en titular.
Pero más allá de las obvias antipatías, las relaciones entre Estados Unidos e Israel atraviesan por uno de sus peores momentos. La intempestiva visita del primer ministro israelí a Estados Unidos, en tiempo de campaña para su reelección, lejos de contribuir a su proyecto sionista, lo distanció más de la Casa Blanca.
La intervención de Netanyahu en el Congreso estadounidense -hasta entonces, privilegio del que había gozado Winston Churchill- ante prácticamente una ausencia de los demócratas, planteó un claro desacuerdo con la propuesta del gobierno de Obama frente al Plan Nuclear de Irán que no considera una destrucción total del armamento, sino una paralización de las actividades nucleares por diez años -alternativa, que dicho sea de paso ya ha sido rechazada por Teherán-. Aquella ocasión, Obama ni siquiera recibió a Netanyahu.
Pero lo que terminó por encolerizar al primer mandatario estadounidense fueron las declaraciones de Netanyahu, a vísperas de las elecciones en Israel el 17 de marzo, de oponerse a la creación de un Estado palestino. Obama, de inmediato, reivindicó la tesis de Washington de crear dos Estados.
Previamente, Palestina había puesto a temblar a Netanyahu, al ser admitida como miembro de la Corte Penal Internacional (CPI) y anunciar que llevará varios casos contra Israel. Aquello, desencadenó las hostiles declaraciones de Netanyahu. El triunfo del Likud y del primer ministro israelí alejaría cualquier horizonte de paz.
No es la primera vez que un presidente de Estados Unidos expresa abiertamente su desacuerdo y contrapunto con la postura del oficialismo israelí. El propio George Bush (padre) en 1991 lidió con una situación similar, cuando decidió postergar por 120 días la entrega de un préstamo de $ 10 mil millones que Israel emplearía en el establecimiento de judíos-soviéticos. Desde luego, pese a estas fricciones, a largo plazo la cooperación y apoyo desmedido de Estados Unidos a Israel no ha cambiado. En efecto, Israel le debe su existencia y la extensión de su territorio -sus políticas de invasión- al apoyo militar, político y económico del país norteamericano.
Varios medios estadounidenses han destacado que probablemente, esta vez, Washington se esté tomando en serio revaluar su política exterior con Israel, que históricamente ha sido inércica. Ya se ha anunciado desde la Casa Blanca que revisarán su apoyo a Israel en el seno de la ONU, incluyendo y sobre todo, en el Consejo de Seguridad. Pasado el vértigo electoral y bajo la presión de Estados Unidos y de Europa -que ha anunciado un posible paquete de sanciones contra Israel-, Netanyahu se ha visto empujado a matizar su discurso y expresar una posible salida al conflicto mediante la creación de dos Estados pero: “las circunstancias tienen que cambiar”. Si este giro podía ser motivo de aplauso, no ha caído nada bien la noticia de que la inteligencia israelí ha estado espiando las negociaciones entre Estados Unidos e Irán sobre el Plan Nuclear con el fin de sabotear cualquier consenso entre el Congreso y el Ejecutivo frente a la propuesta de Obama.  Israel lo ha negado y Obama ha preferido no decir nada al respecto.
Un escenario de paz no se distingue a corto plazo ni en el tema palestino, ni en el iraní. Pese a las fuertes presiones que Israel ha recibido de Estados Unidos y Europa, el régimen sionista de Netanyahu ha dejado claro que ha aprendido bien de su maestro, desde las oposiciones binarias en los discursos al estilo George Bush (nosotros vs. terroristas; Israel o extremista iraní, etc.) hasta el espionaje de los aliados (recuérdese cuando Merkel se quejó de EUA por espiar incluso a sus amigos). Si bien el sionismo podría atravesar un momento de debilidad, por desgracia, cuenta con suficientes reservas (de todo tipo) para continuar con su programa antipalestino y antiiraní.

viernes, 13 de marzo de 2015

La inteligencia prot-agónica

Publicado originalmente en Aldea 42 aquí


La muerte del fiscal argentino Alberto Nisman -que investigaba el atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), ocurrido el 18 de julio de 1994 en el centro de Buenos Aires- ha colocado nuevamente el debate del control de los aparatos de inteligencia en la región.
El fiscal Nisman denunció a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner de encubrir a los autores del pogromo y, sobre todo, de colaborar con Irán. La sorpresiva muerte de Nisman a pocos días de la acusación, desató una fuerte campaña mediática en contra de la presidenta argentina.
Fernández de Kirchner dijo estar convencida de que el asesinato del Fiscal fue producto de un complot de espías de inteligencia para desfavorecer a su gobierno y anunció la disolución de la Secretaría de Inteligencia – institución que ha mantenido la misma estructura desde el retorno a la democracia en 1983– y la creación de una Agencia Federal de Inteligencia. La propuesta de Ley de Reforma Integral del Sistema de Inteligencia, presentada por el ejecutivo, fue finalmente, aprobada por el Congreso de la Nación, este 26 de febrero, con 131 votos a favor y 71 en contra. Con ello, se abrió paso a la creación de la Agencia.
El nombre de un ex director general de operaciones de la Secretaría de Inteligencia, Jaime Stiuso, ha sido el primer sospechoso en vincularse a la muerte de Nisman. La última llamada del fiscal registra a Stiuso, quien ahora está siendo investigado. Para el kirchnerismo, varios miembros de la inteligencia actuaron fuera del control del Estado.
Y todo apunta a la existencia de una inteligencia que funcionaba como un gobierno en la sombra. El juez Daniel Rafecas, desestimó la causa en contra de la Presidenta el jueves 26 de febrero por no haber hallado elementos suficientes para abrir una causa penal.
El caso de la muerte del Fiscal Alberto Nisman revela la debilidad del control de las estructuras de inteligencia. La misma investigación del atentado a la AMIA destapó encubrimientos y “conexiones locales” de los terroristas con miembros de la policía y la inteligencia argentina.
En la nación conosureña, la Comisión Bicameral de Fiscalización de Organismos y Actividades de Inteligencia –de mayoría oficialista- era el único organismo encargado de supervisar las acciones de la Secretaría de Inteligencia. No obstante, la Comisión se habría reunido apenas dos veces en 2014 y habría firmado cinco dictámenes entre 2007 y 2012.
¿Quién controla a las estructuras de inteligencia?
La gran pregunta que se continúa debatiendo en la región – al menos desde los 80’s y 90’s con el retorno a la democracia- es ¿quién controla a las instituciones de inteligencia? De manual, quienes tengan la responsabilidad de controlar las actividades de inteligencia, deben procurar una estructura fuerte y autónoma que logre ejercer su autoridad frente a aquel oscuro poder.
Las estructuras de inteligencia en América Latina se remontan a las décadas de dictadura que iniciaron entre los 60s y 70s. Bajo la influencia de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) se impuso en la región la llamada Doctrina de Seguridad Nacional, que encargaba a las Fuerzas Armadas del control del orden interno, principalmente del combate a la “amenaza comunista”.
A partir de los 90s, la mayor parte de gobiernos de la región emprendió un conjunto de reformas para reestructurar los aparatos de inteligencia.   Por ejemplo, la Agencia Brasileña de Inteligencia (ABIN) fue creada en 1999; en Argentina se sancionó la Ley Nº 24.059 de Seguridad Interior en 1992, que permitió la creación de la Comisión Bicameral de Fiscalización de los Órganos y Actividades de Seguridad Interior e Inteligencia; en Perú, se promulgó en 2001 la Ley del Sistema Nacional de Inteligencia; en Chile, en 2004, la Ley Nº19.974 sobre el Sistema de Inteligencia del Estado creó la Agencia Nacional de Inteligencia; en México, en 1989 se creó el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) que ha sido sometido a varias reestructuraciones; y, en Ecuador, en 2009 se reemplazó a la Dirección Nacional de Inteligencia por la Secretaría Nacional de Inteligencia.
Pese a todas estas reestructuraciones y cambios en el andamiaje institucional, cierta inercia doctrinaria y falta de control de los órganos de inteligencia ha impedido una operación eficaz. La naturaleza secreta con la que operan, puede incluso atentar contra el propio Estado, como ha sucedido en el caso argentino.
El legado clientelar y partidista de estas instituciones es uno de los problemas más visibles. Otro caso que ilustra esta tesis, es el de las “chuzadas” –o interceptaciones ilegales- en Colombia durante el gobierno de Álvaro Uribe en contra de políticos, magistrados y periodistas de oposición. Como consecuencia, la Corte Suprema de Justicia ha condenado a la exdirectora del desaparecido Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) –hoy Agencia Nacional de Inteligencia-, María del Pilar Hurtado por tales actividades.
Los escándalos relacionados con las estructuras de inteligencia se han incrementado notablemente en casi toda la región, cuyo factor común ha sido operar más allá del propio Estado. Ante aquello, se coloca como prioridad establecer mecanismos de control integrales y fuertes desde los distintos poderes del Estado, sobre todo, desde el ejecutivo y el legislativo. Es necesario, que la institucionalidad de inteligencia responda con claridad a un plan estratégico en el que se incluyan las principales amenazas del Estado. Por ahora, problemas como el narcotráfico y el ciberespionaje deben revestir los objetivos principales de operación de la inteligencia en América Latina.

viernes, 27 de febrero de 2015

Ucrania, el límite no es Minsk

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí
Por: Valeria Puga Álvarez 

El conflicto en Ucrania, luego de más de un año de haberse iniciado, está lejos de terminar con los acuerdos de Minsk II, firmados el 12 de febrero por el “cuarteto de Normandía”, conformado por Rusia, Alemania, Francia y Ucrania. La clave de este entendimiento está en el alto el fuego en las regiones prorrusas Donetsk, Lugansk y otras zonas del este; la retirada del armamento pesado, bajo la verificación de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).
Mientras el presidente ruso, Vladimir Putin, considera posible la normalización de la situación conflictiva en el este de Ucrania y ha declarado no estar interesado en una guerra; el mandatario ucraniano proeuropeo, Petro Poroshenko, ha prometido recuperar Crimea, pese a que sus habitantes decidieron ser parte de Rusia en el referendo de marzo de 2014, luego del golpe de Estado contra Yanukóvich.
Todavía la interdependencia de Ucrania con Rusia es mayor que la que tiene con la Unión Europea (UE). Casi el 40% del comercio de Ucrania es con Rusia y con la Comunidad de Estados Independientes (CEI) y apenas el 20% lo transacciona con la UE. A esto se añade la histórica dependencia gasífera que Ucrania ha tenido con  Rusia.
La inercia de la política exterior de Occidente, una vez más, se ha traslucido frente a Vladimir Putin, que ha aprovechado de su margen de maniobra para evitar una pérdida de Crimea y ganar posiciones a favor en Donetsk, Lugansk y Debaltsevo. La frustración para Occidente debe ser profunda. Sus sanciones económicas en contra de Rusia, que no cuentan con un consenso para radicalizarlas, lejos de aislar o acorralar al Kremlin, solo han provocado que Putin dinamice su agenda internacional hacia nuevos polos, como América Latina, China y, la semana pasada, Hungría. Putin se ha valido del fuerte poder de seducción que despierta el gas ruso, por ejemplo: ha planteado la construcción de un nuevo gasoducto submarino hasta Bulgaria.
El acuerdo de Minsk II -el primero, el Minsk I signado en septiembre de 2014 con más fracasos que aciertos- provoca escepticismo y sus efectos son cortoplacistas. Tan simple como decir que Rusia no permitirá la colonización europea de Ucrania, ni Occidente conseguirá una estrategia para doblegar a Moscú, ni Ucrania resolverá fácilmente su cuestión ruso-europea.    
Además de los factores geopolíticos y económicos, el entramado identitario-étnico juega un rol fundamental en las tensiones. La población rusa en Ucrania no reconoce a Poroshenko como su mandatario y peor aún, cuando desde que llegó al poder coartó desenfadadamente sus expresiones culturales, como el uso del idioma ruso.  
A pocos días del Minsk II, las disputas y rachas de conflictividad no cesan.  Vehículos militares estadounidenses y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se han plantado a 300 metros de la frontera con Rusia en Narva, Estonia. En tanto, Kiev propaga la desconfianza ante la retirada de armas de los rebeldes prorrusos por  la UE.
Si bien Estados Unidos parecería alejado del conflicto ucraniano al no haber impulsado la firma del Minsk II de modo visible, su apoyo a Poroshenko no ha claudicado. Recientemente, el secretario de Estado, John Kerry, lanzó una grave acusación contra Rusia, al decir que Moscú tiene tropas y armas dentro de Ucrania. Asimismo, el primer ministro británico, David Cameron, ha prometido mano dura contra los -presuntos- espías rusos y ha confirmado el envío de tropas militares a Ucrania.
Los europeos temen por Mariúpol; se trataría del corredor terrestre que desembocaría en Crimea y, por tanto, permitiría un mayor control de la zona por parte de Rusia, cercando más a Ucrania. En tanto, Rusia, a corto y mediano plazo, deberá prepararse para un escenario de posibles nuevas sanciones y de disputas en torno a Crimea, la gota que derramó el vaso.