Publicado por Nodal aquí
El triunfo de la derecha en el escenario regional.
Avances y retrocesos en torno a la integración. ¿”Fin de ciclo” o empate de
fuerzas? La reinvención del posneoliberalismo y la necesidad de autocrítica
como claves para la reconstrucción de la hegemonía.
A finales de los noventas e inicios del siglo XXI varios
países de la región dieron un giro hacia la construcción de un Estado autónomo
frente al poder económico con la llegada al poder de gobiernos comprometidos
con un proyecto nacional-popular y de vocación integracionista. El
posneoliberalismo como gran mérito histórico, había logrado romper el pacto entre
élites que se había normalizado y cuasi institucionalizado al interior de las
débiles repúblicas.
Pero ganar en las urnas no necesariamente se ha traducido
en tener el poder. En más de una década, ninguno de los gobiernos
posneoliberales ha sido inmune a los intentos de desestabilización de los
grupos más reaccionarios. Tampoco, han logrado sortear la permanente campaña de
deslegitimación y desinformación de las corporaciones mediáticas, cuyo alcance ha
excedido las fronteras continentales.
La derecha en América Latina no abandonó la campaña, ni
siquiera en los primeros momentos en que la izquierda conquistaba
electoralmente, por el contrario, frente a su debilidad en el escenario de la
disputa política, y muy a modo “fuenteovejuna”, utilizó instancias privadas y
de la “sociedad civil” como medios de comunicación, ONG, empresas,
corporaciones, transnacionales, federaciones e incluso apeló a instituciones
internacionales, para explotar los
errores de sus oponentes y darle la vuelta a sus aciertos.
Contra el “fin
de ciclo”
Luego de quince años de gobiernos posneoliberales, de
retorno del Estado, de exitosas políticas redistributivas, de democracia
participativa, de soberanía y de nuevo
regionalismo; la derecha ha logrado sus primeras victorias electorales en
Argentina y Venezuela, países fundamentales para la integración regional y para
la continuidad de la agenda programática progresista. El aire que han dado estos triunfos a la
derecha continental ha permitido colocar sin reparos la tesis del “fin de
ciclo”.
Ciertamente, es imposible subestimar las pérdidas del kirchnerismo
y del chavismo en Argentina y Venezuela respectivamente, peor aún, en un
escenario en que la oposición brasileña no ha claudicado en su intento por
derrocar a la presidenta Dilma Rousseff vía impeachment
y mediante otros métodos de golpe blando como el calentamiento de calle o el
desprestigio a través de los medios de comunicación. Sin embargo, hay algunos
argumentos para no sentenciar un cierre, al menos no por ahora.
Primero, la derecha ha sido incapaz de reconstituirse
políticamente desde su enunciación natural y para volver, ha tenido que
situarse en el cortoplacismo de la antipolítica, moderar su discurso con cierto
consignismo y apoyarse en el marketing de neón.
Aquello implica que para gobernar y sostenerse con legitimidad a largo
plazo, difícilmente podrá saltar hacia una agenda neoliberal agresiva sin que
tenga a las puertas un clima social conflictivo.
Segundo, la derecha no ha triunfado por un proyecto de
país elocuente, claro y alternativo al de la apuesta posneoliberal; sino porque
ha logrado explotar mediáticamente los errores y puntos débiles de esos
gobiernos. Ha exacerbado sus desaciertos
en el control de la corrupción, en la gestión pública y en las formas de hacer
política. Esto, sumado al frágil panorama económico del último año -debido a la
baja en los precios de los commodities-,
le ha dejado un terreno más fácil de conquistar.
Tercero, no se puede reducir el inicio o fin de un ciclo
únicamente al triunfo electoral, pese a ser un gran síntoma de la configuración
de un nuevo marco de disputa. Tanto el chavismo como el kirchnerismo han consolidado
un fuerte respaldo popular que trasciende a los períodos gubernativos y cuyo espectro
de articulación va desde organizaciones políticas hasta grupos de ciudadanos
“empoderados” y “autoconvocados”, algo, que todavía la derecha ha sido incapaz
de lograrlo porque ni siquiera está en su ADN hacerlo.
El síntoma: la
complejización del escenario regional
El escenario regional y fundamentalmente el proyecto de
integración se complejiza con el triunfo de la derecha de Macri en Argentina y de la Mesa de la Unidad
Democrática (MUD) en Venezuela, pero referirse a un fin de ciclo por las
razones ya mencionadas, y tomando en cuenta que todavía son mayoría los
gobiernos posneoliberales, resulta aún muy prematuro.
¿Pero por qué el triunfo de Mauricio Macri causa tanta
preocupación en el posneoliberalismo latinoamericano si ya sobrevivió al
triunfo de la derecha de Sebastián Piñera en Chile en 2009? ¿Por qué supone la
victoria legislativa de la MUD para algunos sectores –principalmente de
derecha- el fin de un ciclo progresista? Hay varias aclaraciones que hacer y a más
de una semana de la asunción de la presidencia de Macri, parecen multiplicarse.
El triunfo de Mauricio Macri no es equivalente a la
victoria de Sebastián Piñera. El giro posneoliberal y la consolidación de un
proyecto regional -más allá del funcionalismo transaccional- tuvo tres grandes
procesos que le dieron forma e impulso: el chavismo en Venezuela, el petismo en
Brasil y el kirchnerismo en Argentina. Sin
estos tres pilares, la construcción de
un integracionismo renovado y soberanista habría sido incluso impensable. Por eso, la llegada al poder de Macri, cuya
propuesta mira hacia la Alianza del Pacífico, al eje Washington – Bruselas y no
ha tenido reparos en atentar contra el chavismo de Maduro, puede ser una
amenaza para el avance del proyecto de integración.
Además, el gobierno de Mauricio Macri ha tomado un cariz
agresivo fácilmente comparable con el uribismo. A través de una serie de medidas
antidemocráticas y poco o nada republicanas los elegidos del PRO pretenden
borrar de un plumazo lo alcanzado durante el kirchnerismo. Aquello,
dista mucho de una derecha como la de Piñera que aunque corporativa e
ineficiente, procuró al menos no retroceder a costa de las instituciones.
La MUD también se apresta a aniquilar al chavismo, pero
mientras Nicolás Maduro siga en el poder y sus bases se recompongan, le será
difícil. Lo cierto es que la derecha, que erradamente fue leída como light, no ha tardado mucho en revelar
sus oscuridades.
A modo de
conclusión ¿Hacia el empate de fuerzas?
Si bien no puede hablarse de un fin de ciclo
posneoliberal, existe cierta tendencia hacia un empate en la correlación de
fuerzas en la región. Y ahí el Brasil de
Dilma y Lula sigue fungiendo como el gran determinante. Aún la balanza se inclina a favor del
progresismo, pero si no tiene la capacidad de recuperarse y reconducirse, puede
acelerar su derrota.
El fin de ciclo no es solo una cuestión de fuerzas
externas, ni vendrá por la inteligencia –artificial- de la derecha. Por el contrario y como demuestran los
resultados, es un asunto que depende de la propia capacidad de
autocrítica, reinvención y corrección de
las apuestas posneoliberales. Por esbozar algunos puntos: la formación de
nuevos cuadros, el fortalecimiento ético del partido y del Estado, el cambio de
la matriz productiva, la eficiencia en
la gestión pública, la construcción de hegemonía cultural y la aceleración de
la integración regional, son grosso modo,
algunos pendientes de más de una década ganada.