Publicado originalmente en El Telégrafo y en Aldea 42
En el balotaje del 22 de noviembre se votará mucho más que al futuro presidente de Argentina. Ya está cantado a nivel regional el carácter histórico que puede tener el resultado del run-off en el que el Frente Para la Victoria (FPV), con la dupla, conformada por Daniel Scioli y Carlos Zannini, medirá fuerzas con la coalición Cambiemos, integrada por Mauricio Macri y Gabriela Michetti.
El telón de fondo no es menor. El momento fundador del giro progresista, poco a poco empieza a dar paso a sus sucesores, cuya impronta principal ha sido la de garantizar la continuidad de los proyectos nacional-populares y el proceso de integración regional posneoliberal.
Como muy pocas veces en la historia -quizá jamás- los latinoamericanos -más aún los sudamericanos- hemos seguido con tanta atención y tensión las elecciones generales de países como Venezuela, Brasil y ahora, Argentina. Para los sucesores, el camino hacia y en el poder ha sido complejo: dar la talla de su antecesor, continuar y superar lo alcanzado, pactar y negociar con nuevos sectores, no “desviarse” de la ruta trazada, lidiar con una derecha light pero envalentonada, etc.
Si bien Cristina Fernández de Kirchner en Argentina (2007) y Dilma Rousseff en Brasil (2011) abrieron este primer ciclo de sucesión con triunfos contundentes de amplias diferencias frente a sus contendores, durante los últimos comicios el escenario regional ha estado marcado por una recuperación de la derecha.
Luego de la muerte del comandante Hugo Chávez, en las elecciones de 2013 Nicolás Maduro se impuso apretadamente con el 50,66% al candidato de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), Henrique Capriles, que obtuvo el 49,07%. Con una parecida estrecha brecha, hace apenas un año, Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), fue reelecta como presidenta de Brasil con el 51,5% de los votos frente a 48,5% que alcanzó su rival Aécio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).
A más de una semana de las elecciones en Argentina, analistas, politólogos, sociólogos, pundits del marketing político y opinionólogos amateur intentan todavía explicar en su racionalidad el porqué de los inesperados resultados del domingo 25 de octubre, que colocaron a Daniel Scioli apenas con el 2,93% por encima del candidato derechista, Mauricio Macri.
Ya está por demás decir, que las encuestadoras como oráculos fracasaron en su intento.
Este resultado adverso para la continuidad de la ampliación de derechos que se lograron en estos diez años de kirchnerismo, abre también los cuestionamientos sobre ¿cuán débiles o fuertes son los actuales mecanismos de integración regional para resistir el retorno de agendas noventeras neoliberales reeditadas?
En los tres casos, en Venezuela, Brasil y Argentina, los candidatos de derecha han intentado levemente desmarcarse de la ortodoxia neoliberal que caracterizó a su relato en los 90. Las fórmulas edulcoradas, juveniles e inspiradas parecería en libros de autoayuda, inundan los discursos en los platós de campaña. No hay ningún pudor en revestir sus planes antipopulares con palabras que han caracterizado el discurso de la izquierda, como igualdad e inclusión. Hablan de cambio, así, en abstracto.
Capriles, Neves y Macri no han osado -pese al choque ideológico que debe generarles- en discutir las políticas sociales y conquistas de derechos logradas por los gobiernos progresistas, pese a que las fuerzas políticas a las que representan siempre fueron opositoras a cualquiera de esas iniciativas, sea en el Congreso, en el Senado y, por su puesto, en los medios de comunicación.
A este tono antipolítico de su campaña, repleto de simplificaciones y mantras vacíos, se suman sus miserias en otras aristas como la economía y las relaciones internacionales. Allí el hiato es inocultable. Por ejemplo, la “Macri-economía” ya alborotó el gallinero con su plan de liberar el cepo cambiario, eso sí “gradual o abruptamente” llevaría a un escenario crítico. Además, de que de pista en pista se puede leer que debajo de la manga estará su programa de ajuste para ponerle fin al satanizado “gasto” público del Leviatán patagónico.
Lo grave y preocupante es que tanto Capriles como Neves y Macri han sido enfáticos en anticipar un sustancial giro en la política exterior con una realineación con el eje Washington-Bruselas y un alejamiento y hasta socavamiento del proyecto posneoliberal regional. Siendo Venezuela, Argentina y Brasil los fundadores del nuevo momento de integración sudamericana -luego de que dijeran no al ALCA hace diez años- un quiebre resultaría evidentemente mayúsculo.
En el peor de los escenarios, un triunfo de Macri podría envalentonar a la derecha desestabilizadora de Brasil, Venezuela y Ecuador a continuar en su carrera al poder sea por la vía que fuere. Basta mirar la prontitud con que los cabecillas de la derecha, como Guillermo Lasso de CREO de Ecuador, salieron a celebrar el resultado de Macri como un “viento de cambio” para la región.
Otro, Mario Vargas Llosa -a quien no le ha bastado su condición de Nobel para saldar sus frustraciones, y en esta década se ha dedicado a echar todo el lodo posible contra los gobiernos progresistas-, llamó a votar a Macri. Eso no ha sido tan grave como lo que dijo este domingo que: “el fenómeno peronista es más misterioso que el del pueblo alemán abrazando el nazismo”.
La metáfora antiperonista y antipopular de la “Casa Tomada” de Julio Cortázar (aquella casa que simboliza el país de los patricios tomado por los plebeyos, los descamisados en ese caso) vuelve a la memoria. Para la derecha latinoamericana, los gobiernos progresistas siguen siendo los intrusos, por eso los paladines conservadores están convencidos de que usar cualquier medio legítimo o ilegítimo para acabar con ese giro, es en sí mismo legítimo, pues son ellos los dueños del feudo.
En este gris marco no es exagerado decir que la segunda vuelta en Argentina definirá no solo la continuidad o retroceso de lo alcanzado en ese país, sino que puede significar el punto de superación, estancamiento o socavamiento del proyecto posneoliberal regional. Es urgente dar el debate de cómo la Unasur y el Mercosur pueden ser capaces de avanzar en un panorama incluso adverso. La integración regional debe ser bandera popular. (O)
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