sábado, 22 de febrero de 2014

¿Operación Venezuela?

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí


Venezuela quizá sea el país de la región que más intentos de desestabilización ha padecido desde 2000. Históricamente, fue el país de los golpazos y por eso tuvo que conformarse con el bipartidismo instaurado en el pacto de ‘Punto Fijo’, que se quebró con la llegada de Chávez al poder. Desde entonces, el golpe de abril de 2002, el sabotaje petrolero en ese mismo año, el referendo revocatorio de 2004, entre paréntesis varias marchas y contramarchas, y por último, la crisis actual, no han sido sino parte de la permanente estrategia de desestabilización de la derecha venezolana articulada con varios polos, entre ellos, Washington. Y de esto hay pruebas, no es mera retórica de izquierda.
Es cierto, la inseguridad es uno de los problemas más difíciles que aqueja a Venezuela, pero no es fruto del chavismo, como la prensa lo ha tratado de tildar. Ha sido un mal histórico de ese país, frente al que todavía, lamentablemente, no se ha ensayado una solución efectiva. Este hecho desmonta la tesis monocausal de que a menos desigualdad mayor seguridad. Muy alejada de la realidad, si se tiene en cuenta que Venezuela es el país menos inequitativo de América Latina.
El caso de una joven que habría sido víctima de la violencia fue el pretexto capital para que Táchira, uno de los estados más ricos, y Mérida, cuyo día a día gira en torno a la vida universitaria, inicien las protestas estudiantiles. No faltó la acusación contra los chavistas por la muerte de tres jóvenes. Un viejo recurso que ya empleó la oposición golpista en 2002 como pretexto para pedir la salida de Chávez.
No es curioso que el líder de la oposición, Henrique Capriles, de la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD), no haya aparecido en las marchas. No son un secreto al interno de la MUD las disputas que han caracterizado, al menos desde 2005, la relación entre Capriles y Leopoldo López, cabeza de las protestas de estos días. Para muestra, en las elecciones del 14 de abril del año pasado, López reclamó a Capriles por haber aceptado tan complacientemente los resultados. López siempre ha insistido en salir a la calle. Capriles no.
Leopoldo López, del partido Voluntad Nacional, integrante también de la MUD, aprovechó la coyuntura de las manifestaciones estudiantiles y armó una clásica ‘protesta combo’, que incluyó un abanico de demandas, a saber, inseguridad, inflación, estudiantes detenidos, escasez de productos, democracia, etc. A la final nadie tenía claro el móvil, unos decían sin recelo que el objetivo era sacar a Nicolás Maduro del poder, y otros, que liberen a los estudiantes. La típica estrategia de la oposición venezolana: generar el caos, el desorden y encontrar allí la oportunidad de derrocar al presidente. Nada nuevo bajo el sol del llano.
La protesta es un derecho legítimo de la ciudadanía. Pero hay que enfocar esas demandas en las causas y en sus autores. Venezuela atraviesa varias dimensiones de conflicto en lo económico, mediático, institucional y en el ámbito de sus relaciones internacionales. La ‘guerra económica’, el conocido desabastecimiento, sucede por obra y gracia de los propios importadores venezolanos.
No hay que olvidar que Venezuela -junto con Irán- tiene las mayores reservas probadas de petróleo, por lo que no es un país de ‘segunda clase’ sino de vital interés, sobre todo para Estados Unidos. Esa riqueza petrolera estuvo por años concentrada en las élites venezolanas que, con el triunfo de Chávez, vieron diluirse sus sueños de opulencia. Por lo mismo, algunos gerentes de PDVSA terminaron de asesores petroleros en la Casa Blanca. La conexión entre la derecha venezolana y estadounidense no es paranoia comunista. Ni hablar de la campaña mediática y la injerencia de las ONG.
Esta vez la reacción internacional ha sido lenta a nivel multilateral, pero breve a nivel bilateral. Los países vecinos no esperaron mucho para expresar su respaldo al gobierno de Maduro y condenar cualquier intento golpista. También estas son las coyunturas que, de algún modo, sirven para tomarle el pulso a la Unasur y a la Celac. No faltaron los comunicados de las ONG de Washington que condenaban la ‘represión’ y pedían la liberación de López, ni tampoco las incendiarias declaraciones de Uribe.
El objetivo de Washington y los ‘escuálidos’ siempre ha sido claro: acabar con el chavismo. No habrá oportunidad desechada. Pero la historia se repite.
Tal como sucedió en 2002, la oposición, pese a su forzada unidad, ha terminado por comerse su propia cola y en su intento ha legitimado aún más la opción chavista, por encima de cualquier operación omnipotente.

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