lunes, 31 de marzo de 2014

Ucrania, de la Guerra Fría a la resistencia bajo cero

Publicado originalmente en Gkillcity aquí

La crisis de este país vuelve a exponer las diferencias entre Rusia y Occidente

Los ucranianos saben lo que es protestar a veinte grados bajo cero. Este país, de más de seiscientos mil kilómetros cuadrados y de cuarenta y cinco millones de habitantes, ubicado al oeste de Rusia, ha vivido desde noviembre de 2013 una seria crisis internas luego de que el presidente Víktor Yanukóvich decidiera no firmar un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea (UE).

Rusia no es Europa y nunca lo ha sido. Por razones geográficas, culturales e históricas, ha mantenido su posición independiente y por años ha estado alejada de Europa Occidental. Con el fin de la “Guerra Fría” –entre el bloque comunista de la Unión Soviética y el bloque capitalista de Estados Unidos-, Rusia quedó debilitada y Europa fue ganando espacio en aquellos territorios que habían sido parte del eje comunista. Luego del Tratado de Maastricht de 1993, con el que se creó la Unión Europea (UE), países de la antigua esfera soviética, como Polonia, República Checa, Hungría, Rumania y otras repúblicas del Báltico, se integraron a ella alejándose de la influencia rusa. Polonia se convirtió en un caso paradigmático por sus bases militares de Estados Unidos y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que actualmente sirven para vigilar la crisis ucraniana.
Rusia ha perdido más que Polonia: de las catorce repúblicas que fueron parte de la Unión Soviética, siete tienen bases de la OTAN -la alianza militar entre Estados Unidos y Europa Occidental, con países también del Este-. La OTAN ha intervenido desde Kosovo hasta Libia, y sus miembros suman las tres cuartas partes del gasto militar mundial. Para Rusia, ceder al aliado histórico y natural, Ucrania, no es tolerable. En términos de pertenencia, para los rusos Ucrania significa otra provincia de su territorio.
¿Cómo comenzó  el conflicto?
La firma de un Acuerdo de Asociación entre la Unión Europea y Ucrania, programada para finales de noviembre 2013, parecía un hecho hasta que el presidente ucraniano Víktor Yanukóvich dio marcha atrás en su decisión. Su discurso previo de que Ucrania sería un “vector” de la integración europea, llenó de tanta expectativa a ciertos grupos ucranianos proeuropeos y a la UE que la agitada respuesta, luego de la negativa, fue predecible.
Para muchos politólogos –sobre todo occidentales- la sorpresiva respuesta de Yanukóvich –quien hasta entonces era para los europeos el “artífice” del acercamiento– se debió a un chantaje económico y principalmente energético orquestado por el Kremlin. Para otros, en línea más prorusa, Ucrania no estaba preparada para integrarse a la Unión Europea pues ajustar sus estándares políticos, económicos y judiciales al régimen de la UE, demandaría altos costos para el país, un lujo que no podría darse.
Echadas las cartas, en un contexto de país dividido donde la mitad que vive en el oeste es proeuropea y la otra mitad al este es prorusa, decenas de miles de ucranianos salieron a las calles. La plaza de Maidán (o Euromaidán como la tildan los proeuropeos) fue el epicentro de las consignas en contra del gobierno de Yanukóvich, bastante impopular, sobre todo en el oeste y el centro del país, bastiones de la oposición y del nacionalismo.
Yanukóvich no estuvo solo; contó con el apoyo de la oligarquía nacional, incluyendo a personajes como Rinat Ajmétov, dueño del famoso club de fútbol europeo Shakhtar Donetsk. La oposición tampoco, puesto que recibió el soporte de la UE y de Estados Unidos. El 22 de febrero, el parlamento ucraniano, presionado por las protestas, destituyó al presidente Yanukóvich.  El 26 de febrero, Arseni Yatseniuk -que había sido ministro de economía y de exteriores- fue designado por el parlamento como primer ministro de Ucrania hasta el 25 de mayo, fecha en la que se realizarán las elecciones presidenciales.
En menos de un mes de conflicto, el corazón de la disputa se dirigió hacia Crimea. Allí la variable étnica explicó su resistencia a seguir formando parte de Ucrania con un gobierno proeuropeo: alrededor del 60% de sus habitantes son rusos, el 24,3% ucranianos y el 24,3% tártaros. En el referéndum del 16 marzo, convocado por el parlamento de Crimea, el 96,77% de los crimeos se pronunciaron a favor de la anexión de su territorio a la Federación Rusa. El conflicto de Ucrania, con Crimea como el centro, terminó por convertirse en una cuestión mundial.
¿Qué está en juego?
No se trata de que los europeos quieran tener a Ucrania de su lado por su espíritu de integración, ni Rusia por una plana cuestión de identidad. El gas y las posiciones geoestratégicas tienen mucho que ver en la disputa. Esta crisis ha pasado de ser un asunto regional a una preocupación mundial que ha provocado un reacomodo de las potencias: Estados Unidos y la Unión Europea frente al eje Moscú – Pekín.
1.- El gas
El gas es una de las claves para comprender el conflicto. El 40% del gas que consume Europa proviene de Rusia, y para Ucrania significa más de la mitad de sus importaciones gasíferas. A esto se suma que un 80% del gas ruso exportado pasa por Ucrania, por lo que el mayor riesgo es un alza de los precios y quizá un cierre del grifo a Europa.
Una escalada de tensiones no es deseable para ninguno de los involucrados directos. Europa podría resolver esta represalia energética: primero de manera provisional a través de dos gasoductos, Yamal–Europa y Nordstream, y luego vía traslado marítimo del gas de Estados Unidos, una medida de alto costo. En un momento de crisis económica como el que atraviesa la UE, el panorama sería aún más difícil.
Ucrania y Rusia ya han protagonizado desde 1994 las llamadas “Guerras del Gas”. Cuando Rusia ha querido cobrarle las deudas a Ucrania le ha desabastecido de gas o le ha subido los precios. Ucrania le ha respondido con desvíos ilegales de gas a Europa.  El año pasado con la negativa de Yanukóvich al acuerdo de asociación con la UE, Putin “premió” a Ucrania. El presidente ruso aceptó el cobro de la deuda de la empresa pública ucraniana de gas, Naftogaz, que ascendía a los dos mil quinientos millones de euros (3 mil 460 millones de dólares) y rebajó los precios del gas en un 30%. Ahora, con un nuevo gobierno proeuropeo dirigiendo Ucrania, el premio ruso ya no cuenta.
2.- La Unión Euroasiática
Las tensas relaciones entre Rusia y la Unión Europea y la creciente adhesión de las ex repúblicas soviéticas a la UE, han empujado a que Rusia impulse su propio mecanismo de integración dirigido a fortalecer sus relaciones con la región euroasiática. La Unión Aduanera es el esquema inicial para promover este acuerdo “entre iguales”. Kazajstán, Bielorrusia y Rusia son los miembros actuales; por el momento, los principales beneficios de esta Unión son crediticios y arancelarios.
En 2015 podría formarse la Unión Euroasiática, pero con la reciente anexión de Crimea se fortalecen las críticas de analistas antirrusos que sostienen que la Unión será un organismo de integración jerárquica en la que Rusia tendrá la última palabra.  El sueño de Putin de una alianza económica que pueda competir a la par con la Unión Europea parece desvanecerse.
3.-  Posicionamiento geoestratégico
Con la anexión de Crimea a Rusia luego del referéndum del 16 de marzo, Rusia ganó posiciones. Crimea es una península ubicada entre Ucrania y Rusia y está rodeada por el Mar Negro, que la hace geopolíticamente atractiva. La represalia rusa contra Ucrania por la adhesión de Crimea invalida el acuerdo bajo el que Ucrania arrendaba el puerto de Sebástopol a la Flota de la armada rusa del Mar Negro. Ucrania a cambio recibía una rebaja de cien dólares en el precio del gas, fijado a cuatrocientos dólares los mil metros cúbicos. Con la derogación de este acuerdo, el precio para Ucrania volvería a situarse entre cuatrocientos ochenta y quinientos dólares.
Tras sumar Crimea, Rusia se aproxima al Mediterráneo y con el control de Sebástopol bloquea una posible entrada en acción de la OTAN. Tener a la OTAN, la alianza militar más grande y poderosa de la historia,  al lado sería uno de los escenarios más oscuros para Rusia pues limitaría sus estrategias para avanzar posiciones hacia el oeste y amenazaría su estabilidad.
Los últimos episodios
El nuevo gobierno ucraniano -encabezado por el tecnócrata Arseni Yatseniuk- ya ha firmado la sección política del Acuerdo de Asociación con la UE y ha aplazado la rúbrica de lo económico. Los ucranianos y el bloque europeo han acordado aproximarse gradualmente. El capítulo económico será uno de los más difíciles debido a la dependencia, sobre todo gasífera, de Ucrania a Rusia.
Rusia ya agilizó, en menos de una semana, todos los pasos necesarios para formalizar la anexión de Crimea y Sebástopol.  Estados Unidos y la Unión Europea han dicho que no reconocen ni el referéndum ni sus resultados y que sancionarán a Rusia. La Organización de Naciones Unidas (ONU) también ha desconocido el proceso.
En la reciente cumbre del G7 que reunió en Bruselas a los líderes de Estados Unidos, Japón, Canadá, Reino Unido, Alemania, Francia e Italia, se reafirmó la voluntad de aislar a Rusia “hasta que cambie su actuación” y castigarla a través de sanciones económicas. El canciller ruso Sergei Lavrov minimizó la decisión considerándola como irrelevante, pues dijo que el G7 es una agrupación informal, un “club de amigos” y no un bloque formal. Rusia, además, participa de otros foros como el G20 y los Brics -de las potencias emergentes (Brasil, Rusia. India, China y Sudáfrica)-. Un escenario es que las potencias occidentales le apliquen la ley del hielo y otro posible, y mucho peor, que Rusia pueda ser completamente aislada por la comunidad internacional.
Ucrania necesitará una buena inyección financiera; será necesario que se arrime a la UE en búsqueda de crédito en vista de su distanciamiento con el Kremlin. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ya ha ofrecido una “ayuda” de diecinueve mil quinientos millones de euros para Ucrania y, como contrapartida, el gobierno de ese país deberá implementar duras medidas como el recorte del gasto fiscal -que se traduce en el despido inicial de veinticuatro mil funcionarios públicos- y el gravamen al consumo de alcohol y tabaco.
El conflicto promete incrementar las tensiones entre el Occidente y Rusia. China es un gran aliado de este último y podría equilibrar la balanza de poder a favor de Moscú. Todavía es incierta la incidencia de otras agendas sensibles como el conflicto sirio, que lleva cuatro años de enfrentamientos entre el régimen de Bashar al Assad y la oposición. El año pasado Putin logró que Estados Unidos no intervenga en Siria y propuso en su lugar que se destruyan todas las armas químicas bajo la veeduría de los inspectores de la ONU. Una maniobra política que disputó el monopolio de las decisiones mundiales a Estados Unidos.  La crisis económica que todavía provoca estragos en Europa también podría afectar el conflicto ucraniano; para la Unión lo primero será rescatar a sus miembros.
Queda por conocer las sanciones que emitirán la Unión Europea y Estados Unidos en contra de Rusia por la anexión de Crimea y Sebástopol. Rusia se juega la oportunidad de consolidarse como actor global fuerte capaz de enfrentarse a “los intocables”: Estados Unidos y las potencias europeas, y el futuro de una Unión Euroasiática. A la Unión Europea le resta sentarse a negociar con Rusia una salida al conflicto debido a su alta dependencia del gas.
La crisis de Ucrania marca un típico escenario de juego de suma cero en donde todos, en algún punto, pierden.

viernes, 28 de marzo de 2014

¿Hay algo de ‘Guerra Fría’ en la crisis de Ucrania?

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí



El ‘oráculo de Delfos’ de los politólogos ha hecho de las suyas en estas últimas semanas. Casi nadie ha dejado de interpretar la disputa por Ucrania, entre los noroccidentales –Estados Unidos y la Unión Europea- y Rusia, como una posible continuación o reminiscencia de la Guerra Fría.
La negativa de Ucrania de firmar un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea en noviembre del año pasado desencadenó una agresiva estrategia por parte de Rusia, que incluyó la realización de un referéndum para la anexión de Crimea y de Sebástopol, territorios con estatuto especial, pero dentro de Ucrania. Fue un gesto de sabotaje contra el nuevo gobierno proeuropeo del tecnócrata Yatseniuk -que depuso al régimen de Víktor Yanúkovich- y una señal de poder para los Occidentales.
Rusia impedirá a toda costa que la Unión Europea “coopte” a su vecina Ucrania, a la que considera casi su provincia. El bloque comunitario, en cambio, no se quedará tranquilo luego de la desafiante actitud de Moscú. Los ‘jeques’ de la diplomacia mundial: Estados Unidos, China, Francia, Reino Unido, Rusia, Alemania y la Unión Europea han comenzado a alinear sus posturas y a definir sus estrategias. Este reacomodo de las potencias –Rusia por un lado y los países poderosos de occidente por otro- ha sido uno de los primeros signos políticos que ha hecho pensar a los analistas en una segunda parte de la Guerra Fría.
En la reciente cumbre del G7, que reunió en Bruselas a los líderes de Estados Unidos, Japón, Canadá, Reino Unido, Alemania, Francia e Italia, se reafirmó la voluntad de aislar a Rusia “hasta que cambie su actuación” y castigarla a través de sanciones económicas. El canciller ruso Sergei Lavrov no ha tardado en minimizar esta acción y considerarla como irrelevante, pues el G7 es una agrupación informal y Rusia participa de otros bloques como el G20 y los Brics (Brasil, Rusia. India, China y Sudáfrica). Una cosa es que las potencias occidentales le apliquen la ley del hielo y otra que Rusia pueda ser completamente aislada por la comunidad internacional. Dadas las condiciones históricas de creciente multipolaridad sería una improbable previsión.
El presidente ruso Vladimir Putin ha reconocido que existen algunos rezagos de la Guerra Fría en las relaciones que Rusia mantiene con Occidente como la política de contención. En un tono nada condescendiente ha dicho: “constantemente están tratando de arrinconarnos por el hecho de que tenemos nuestra propia posición y no somos hipócritas”.
El desmembramiento de la Unión Soviética le está pasando factura a Rusia, pues de los catorce países que fueron parte de ella, siete tienen bases de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Desde hace algunos días, las bases de Polonia y Rumania han comenzado a servir para que los noratlánticos monitoreen de cerca la crisis en Ucrania. Obama se ha quejado de que Estados Unidos y Reino Unido sean los que sostengan militarmente a la OTAN, lo que no ha gustado mucho a los europeos.
En la Cumbre entre la Unión Europea y Estados Unidos realizada en estos días para tratar la crisis de Ucrania y los temas de espionaje, Obama ha sido enfático en sostener que: “No habrá una nueva guerra fría”. Según el mandatario: “A diferencia de la Unión Soviética, Rusia no lidera ningún bloque de naciones ni ninguna ideología internacional”. Por ahora, Obama tiene razón, pero el hastío de la prepotencia de la política exterior estadounidense podría ser el elemento de cohesión entre Rusia y otros países para la conformación de un bloque, quizá no ideológico, sino en torno a una agenda específica dirigida hacia el fortalecimiento de estructuras multipolares y la reducción de asimetrías.
A Estados Unidos no le interesa empantanarse en Ucrania y la Unión Europea está consciente de que tendrá que negociar con Rusia debido a su alta dependencia del gas proveniente de ese país. China tampoco está dispuesta a pasar a un segundo plano en esta crisis. Y reunirse con Rusia, justamente en estos momentos, es un gesto político que puede ser leído como desafiante para las potencias occidentales, pero, al mismo tiempo, vuelve a equilibrar la balanza del poder a favor de Moscú.
Existen ciertos rasgos parecidos a los de la ‘Guerra Fría’, pero pensar en un escenario similar es todavía prematuro. Aunque Rusia esté jugando exitosamente como actor global en el tablero mundial, todavía tiene grandes retos casa adentro como la modernización, esbozada desde la época de la presidencia de Dimitri Medvédev en 2009. Estados Unidos, en cambio, ha vivido fracaso tras fracaso en sus intervenciones militares e iniciar una nueva “Guerra Fría” podría ser desgastante. Las sanciones que han prometido la Casa Blanca y Bruselas contra Rusia darán la pauta para repensar el pronóstico de esta disputa.

martes, 18 de marzo de 2014

¿En Crimea, otra vez, se definirá un nuevo orden mundial?

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí

La macondiana ilusión de muchos europeos y de uno que otro ruso de que el ocaso de la Guerra Fría significaría la “europeización” de Rusia y el fin de los juegos de suma cero, ha terminado por derrumbarse. ¿Se puede pensar que un país de escala intercontinental, con casi 144 millones de habitantes y con las mayores reservas de gas natural del mundo, juegue un papel secundario en el tablero geopolítico? Tan solo suponerlo es irrisorio.
Si bien en un primer momento Rusia no tuvo un manejo agresivo de su política exterior, en al menos los últimos cinco años ha demostrado haber traspasado el umbral de la simple reacción. La Rusia -al menos la de Putin- ha sido más consistente en convertirse en un actor global. En septiembre de 2013 el plan de entrega del arsenal químico sirio bajo el control internacional de la ONU, propuesto por el presidente Vladimir Putin y aceptado por Estados Unidos, fue un indicador de la pérdida del monopolio de las decisiones sostenido por la Casa Blanca.
Ahora, el dilema ucraniano ha derivado en la necesidad de medir fuerzas en Crimea. Con el total de los votos escrutados, el 96,6% de los crimeos se ha pronunciado por adherirse a Rusia. El desconocimiento de las nuevas autoridades ucranianas -asociadas a la derecha y a la ultraderecha- y su falta de legitimidad ha sido el pretexto y el resquicio legal para que Crimea renueve votos con Rusia y esta gane en estrategia.
Las acusaciones de un neoimperialismo postsoviético no han tardado, pero se desmontan si se toma en cuenta que la variable étnica ha jugado un peso, probablemente mayor, que la variable política. Casi el 60% es de rusos, el 24,3% ucranianos y el 24,3% tártaros. Estos últimos fueron los más reacios al referéndum; incluso, no acudieron a votar. Históricamente, los tártaros nunca han estado del lado ruso. No obstante, la participación en los comicios ha sido alta: más del 80% en la península y en las ciudades más importantes: Sebastopol y Simferópol, rondó el 90%.
Para que la anexión de Crimea a la Federación Rusa se formalice se deberán llevar a cabo varias medidas sucesivas, que incluyen la firma de un tratado bilateral, su sometimiento a un examen por el Tribunal Constitucional ruso, la votación de las dos cámaras -la Duma y el Senado- y la firma del Presidente. Probablemente, el proceso podría ser más rápido de lo que supone. Crimea por lo pronto adoptará el rublo como moneda -junto con la ucraniana hrivna- y los horarios de acuerdo con Rusia.
Estados Unidos y la Unión Europea (UE) ya han dejado claro que no reconocerán ni el referéndum y peor aún los resultados, por considerar la medida anticonstitucional. Pero ¿haber sacado del poder al Gobierno ucraniano de Yanukovich no fue también anticonstitucional?
Rusia ya ha perdido algunos países que habían sido parte de su esfera de influencia tradicional como la República Checa y Polonia. Sobre todo en este último país, es donde Estados Unidos y la propia Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) han hecho su agosto reforzando bases militares, de modo que perder a Ucrania sería demasiado. La anexión de Crimea significa para el nuevo Gobierno ucraniano tener al enemigo a las puertas y un cercamiento estratégico fuerte si se toma en cuenta que allí está la Flota del Mar Negro de Rusia.
Más allá de aquello, la abrumadora votación de los crimeos es una demostración simbólica del poder ruso de cara a Occidente. Curiosamente, en Crimea, en la ciudad de Yalta en febrero de 1945, los jefes de gobierno Josef Stalin (URSS), Winston Churchill (RU) y Franklin Roosevelt reordenaron el mundo -por ejemplo, se fijaron las bases del Consejo de Seguridad de la ONU y la partición de Alemania-, marcando el punto de inicio de lo que fue la “Guerra Fría”. La historia parece repetirse; una vez más en Crimea, la tensión entre Rusia y Occidente se apresta a dar un nuevo sentido al sistema internacional.

martes, 11 de marzo de 2014

Chile ¿Hacia la remodelación o la refundación?

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí



Hoy inicia el segundo período de gobierno de Michelle Bachelet hasta 2018. En las elecciones de 2013, Bachelet triunfó con el 62% frente al 38% de la representante de la derecha, Evelyn Matthei. Pero además de la victoria de la coalición de Bachelet, “Nueva Mayoría para Chile”, el 60% de abstencionismo -que subió casi diez puntos en la segunda vuelta- fue el segundo ganador de la jornada.
Ni en la primera vuelta -con 9 candidatos en lid-, ni en la segunda -con Michelle Bachelet como el proyecto político alternativo- el abstencionismo se redujo; por el contrario, remontó. Si bien este comportamiento electoral se explica, en parte, por la emisión en 2012 de la “Ley de inscripción automática y voto voluntario”, la cifra no deja de ser un signo del desgaste del modelo de libremercadismo y de esa institucionalidad tutelada, pero limitada en concesiones sociales, que ha terminado por despolitizar a la sociedad chilena y hacerla escéptica frente a la clase política.
No en más de una ocasión la presidenta Bachelet ha expresado su preocupación por este alto índice de abstención y se ha comprometido a gobernar también para quienes decidieron no sufragar. Pero ¿cómo lograr que Chile vuelva a creer en sus instituciones y en el Estado, más allá de un monolitismo económico y de los candados constitucionales dejados por la dictadura de Augusto Pinochet?
El programa de gobierno para sus primeros 100 días en el poder, resumido en los “50 compromisos para mejorar la calidad de vida en el Chile de todos” ofrece algunos cambios en educación, salud, energía, seguridad, incluso, la creación de dos ministerios: el de la Mujer y el de Asuntos Indígenas. Para llevarse a efecto, Bachelet necesitará negociar con las fuerzas políticas de la propia coalición, así como con las tensiones parlamentarias y otros sectores sociales y económicos.
La gran pregunta es si se tratará solo de una “remodelación”, es decir, se harán solo cambios cosméticos y muy al margen, que permitirán seguir sosteniendo el modelo actual, o si existirá la posibilidad de una refundación del Estado. Los ciudadanos que se han pronunciado, lo han hecho abrumadoramente por la centroizquierda, que sumado a la consigna del “fin del lucro” de cara al gobierno de Piñera, dan la pauta para vaticinar una cierta “izquierdización” en Chile.
Bachelet celebró su triunfo prometiendo tres cuestiones fundamentales: una nueva Constitución; una reforma al régimen tributario y al sistema educativo, por demás uno de los más inequitativos y privatizados del mundo. De algún modo, esto último dependerá de los dos primeros cambios. La actual Constitución chilena de 1980 no solo es producto de una dictadura, sino que expresa los intereses de las clases dominantes e impide el surgimiento de nuevas fuerzas en el escenario político y ambiciosas transformaciones.
Las posibles variaciones en la composición del “megabloque” de “Nueva Mayoría para Chile” son todavía inciertas, pero, como sucede en las grandes coaliciones, son frágiles y tienden a desintegrarse. En el caso de esta alianza hay desde demócratas cristianos hasta miembros del Partido Comunista, como Camila Vallejo, la líder estudiantil que ahora es diputada por el distrito La Florida.
No deja de entrañar algo de simbólico que la primera mujer en presidir el Senado sea Isabel Allende, hija del expresidente Salvador Allende. Como sostiene el sociólogo conosureño Alberto Mayol, las figuras de la política chilena han emergido más por sus historias personales -muchas en escenarios de tragedia-, que por su trayectoria política. En efecto, se ha comprobado que Bachelet es inmune a la crítica, su figura arquetípica de la hija de un padre asesinado por la dictadura ha permitido que construya sobre el dolor.
Más allá de este nivel emotivo y simbólico de análisis, Bachelet, los tres puntos de partida y la coalición “Nueva Mayoría” han logrado instalarse en las antípodas de la derecha gobernante de Sebastián Piñera. Bachelet continúa operando desde la estructura partidista y no hay señales, ni posibilidades institucionales, para que realice cambios radicales. No obstante, el proyecto bacheletista ha emergido como la opción para reconstituir una República desde lo público y con mayores concesiones sociales. Un intento por humanizar el actual modelo neoliberal chileno.

martes, 4 de marzo de 2014

¿Quién es el juez de los derechos humanos?

Publicado originalmente en  El Telégrafo

Por: Valeria Puga Álvarez


Henry Kissinger, el ideólogo de la política exterior del gobierno de Nixon (EUA) y uno de los hombres más influyentes en el campo de las relaciones internacionales, escribe en su última obra: “China” que: “la excepcionalidad estadounidense es propagandista [mientras que] la excepcionalidad china es cultural”. En efecto, ese afán de difundir sus valores al mundo ha ido muy de la mano con algunas cuestiones en concreto como: las cartas de intención del FMI, las recetas del Consenso de Washington y por último, sus “intervenciones humanitarias” para llevar esa democracia tan anglo a países del Medio Oriente.

Pero este dogmatismo encuentra sus límites al pasar de la retórica de foro a la práctica y cuando se trata de un turbio enemigo “terrorista”. La semana pasada, el Departamento de Estado de Estados Unidos hacía público su “Informe Anual sobre Derechos Humanos” y puso las tildes a países como Siria, Rusia, China, Venezuela e incluso, a sus “aliados”: México y Colombia. Por supuesto, Ecuador tampoco se salvó y respondió al informe.

La ilegitimidad del Informe y el “poder blando” de los derechos humanos

Además de Estados Unidos y China, que en respuesta a este reporte emite desde 1998 el Informe sobre los Derechos Humanos en Estados Unidos,  ningún otro país se ha atrevido a ser juez del cumplimiento de los estándares de otros países, un gesto de clara intromisión en los asuntos internos y de neocolonialismo.

Esta pedagogía unilateral, no es sino una de las tantas formas de “poder blando” en despliegue, ese poder que sin necesidad de armas, ni violencia puede influir en el comportamiento de actores como Estados, ONGs y hasta en sectores de la llamada sociedad civil, por ejemplo: los medios de comunicación.

Desde la época de la “Guerra Fría” los derechos humanos fueron politizados e instrumentalizados por Estados Unidos y la ex Unión Soviética (URSS), con el fin de deslegitimar al otro frente a la comunidad internacional.  Mientras EUA acusaba a la URSS de violar los derechos civiles y políticos (libertad de expresión, de asociación, etc.); la URSS incriminaba a EUA de no respetar los derechos asociados a lo económico, social y cultural (derechos de los trabajadores, de las minorías, de salud etc.).

No obstante, en un mundo en el que la multipolaridad va ganando terreno, este tipo de reportes se vuelve más anacrónico que nunca, peor aún, cuando el telón de fondo es la revelación de las prácticas de espionaje de EUA contra otros países y contra sus propios ciudadanos.

El doble estándar y la agenda mínima de derechos

Al Departamento de Estado se suma una amplia maquinaria de ONGs como Human Rights Watch, Amnistía Internacional, Freedom House que de año en año también emiten su informe.  No es casual, Estados Unidos defiende, sobre todo, los derechos civiles y políticos, aquellos que necesita el mercado, de allí, que otros derechos de tipo económico y social, como el de la salud, queden casi por fuera de sus objetivos.

Este país no ha ratificado varios instrumentos internacionales como: el Pacto de San José,  la Convención Universal contra la Tortura; la Convención Universal sobre los Derechos del Niño; la Convención Internacional sobre los Derechos de los Trabajadores Migrantes y sus Familiares, Convención sobre la eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, entre otros.

Entre sus hitos están: haber socavado de forma permanente la autoridad de la Corte Penal Internacional (CPI) –a riesgo de que sus propios soldados sean juzgados-, permitir que la pena de muerte siga vigente en la mayoría de sus Estados, el bloqueo económico a Cuba, las detenciones arbitrarias y torturas en Guantánamo, los “daños colaterales” provocados por el uso de drones –aviones no tripulados- principalmente en Pakistán.

Casa adentro, la extrema privatización de la salud, las violaciones a los derechos de los migrantes, la represión policial a los manifestantes de “Occupy Wall Street” y por último, el irrespeto a la privacidad de los ciudadanos del mundo a través del espionaje. En los últimos años, ningún otro país ha violado tanto los derechos humanos de los ciudadanos de otros países como EUA.

Estados Unidos no es la ONU

China ya ha logrado responderle a Estados Unidos en el mismo tono unilateral y a través de un informe anual.  Ecuador también ha contestado al reporte, con la publicación de un comunicado oficial de la Cancillería que le sugiere ponerse al día, en lugar de criticar a otros países.

El régimen de derechos humanos es todavía deficitario a nivel internacional y regional, solo los órganos competentes al interior de organismos multilaterales como la ONU, la Organización de Estados Americanos (OEA), la Unión Europea (UE) pueden tener cierta capacidad de asesorar y juzgar los aciertos o desaciertos de los países en materia de derechos humanos. En ningún caso, otro Estado -menos aún si éste está peor que sus juzgados- puede informar al mundo de las violaciones que cometen sus pares.

Ecuador y Venezuela hacia una agenda más amplia

Ecuador y Venezuela son casos paradigmáticos de países que han ampliado la lista de cumplimiento de derechos humanos. Sumados a las ratificaciones de prácticamente todos los instrumentos internacionales concernientes, han apostado por priorizar la agenda de derechos económicos, sociales y culturales.

¿Cómo se ha de procurar únicamente el derecho al voto, si ese ciudadano no tiene ni salud, ni educación garantizada? Allí, la necesidad de que los derechos humanos no se limiten a los discursos neoliberales de las libertades civiles, sino que vayan más allá, hacia el acceso a la educación, a la salud y el trabajo.

lunes, 3 de marzo de 2014

El ‘Snowden’ de la banca

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí


El espionaje es una vieja práctica de los pueblos que data, al menos, del siglo III antes de nuestra era. Desde la vieja Mesopotamia, pasando por los consejos de Sun Tzu, hasta el exotismo de la famosa bailarina Mata Hari. La I y II Guerras Mundiales, así como la Guerra Fría, ayudaron a perfeccionar los mecanismos de obtención de información a través de cifrados, códigos, dobles agentes y entidades como: la Agencia Nacional de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) y el Comité para la Seguridad del Estado de la antigua Unión Soviética (KGB).
En efecto, la guerra permitió el desarrollo de sistemas imprescindibles y a la vez vulnerables como el Internet. Esta galaxia informática, en constante expansión, ha permitido que el espionaje ya no sea únicamente entre Estados, sino que el Estado pueda vigilar lo que hacen sus ciudadanos, y al mismo tiempo, sea vulnerado por algún “hacktivista”.
Julian Assange, Chelsea Manning y Edward Snowden son los nuevos héroes, los ‘Robin Hood del Internet’, por haber revelado los secretos de espionaje de Estados Unidos. Pero además de ellos, otro ‘hacker’ –del que poco ha hablado la prensa nacional- es Hervé Falciani, un informático franco-italiano que en 2008 filtró una lista de 130 mil evasores fiscales cuyas cuentas estaban en el banco suizo en el que trabajaba, el HSBC, uno de los más grandes del mundo. Se estima que, en total, el fraude fiscal denunciado por Falciani sumaría el 2,5% del PIB de la Eurozona, es decir, alrededor de 300 mil millones de euros (412 mil millones de dólares).
¿Por qué lo hizo? Según Falciani porque consideró que mucho de la crisis económica internacional –que explotó justo en 2008- tenía que ver con la falta de transparencia financiera. Ante su viaje a Francia, los suizos tramitaron una orden de detención internacional. No obstante, la policía gala incautó su computadora y copió la información antes de devolverla a Suiza. Gracias a la lista de Falciani, el fisco francés recuperó cerca de $1.550 millones.
En su momento, al expresidente francés Sarkozy no le interesó el destape de los evasores. Recientemente, los diarios Le Monde y Mediapart hicieron públicos algunos nombres de actrices, futbolistas e incluso herederos de empresas cosméticas como L’Óreal que se encontraban en la lista de evasores. Los conocidos diseñadores italianos como Gianni Bulgari y Valentino Balestra también habrían comenzado a ser investigados gracias a la información de Falciani.
A mediados de 2013, la audiencia nacional de España rechazó entregarlo a las autoridades helvéticas, debido a que el delito de violación del ‘secreto bancario’ no está tipificado en ese país. Además, hasta 2009 el HSBC no habría empezado una querella en su contra. Falciani es parcialmente libre porque Suiza aún quiere su cabeza. El sector financiero helvético representa en forma directa más de un 10% del PIB, de allí que el escándalo no sea menor.
Actualmente, el ‘Snowden de la banca suiza’ está desarrollando en Francia un proyecto para vigilar el fraude de manera automática.
En la efervescencia europea de nuevas apuestas políticas de caras conocidas y tesis ciudadanas aún difusas -como aquella del Movimiento italiano 5 estrellas, liderado por Beppe Grillo-, Falciani ha decidido participar activamente en la Red Ciudadana Partido X, entre cuyos planes están: luchar contra la corrupción y disminuir los sueldos que perciben los eurodiputados.
El desencanto por la ‘política tradicional’ en Europa cada vez se fortalece. Corrupción, espionaje, fraudes bancarios, desempleo y políticas de austeridad poco populares parecen ser el caldo de cultivo no solo de estos actores que a través de la información demuestran las debilidades de los gobiernos, sino de nuevos movimientos ciudadanos en construcción y con ciertas dosis de espectacularidad.