miércoles, 18 de junio de 2014

El encuentro de los extremos y el uribismo histérico

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí

Colombia ha vivido probablemente el momento político más atípico de su historia: Juan Manuel Santos, el ungido del uribismo para las elecciones de 2010, convertido en la opción de la paz y del antiuribismo. En estos días fue tan común hablar de “la paz de Santos”. A la vez, la izquierda opositora, aglutinada y acorralada por unas reñidas elecciones, no tuvo más que ayudarle con unos votos para no poner en riesgo el intento más sólido que ha tenido ese país de llegar a un acuerdo de paz en casi cincuenta años de conflicto.
El propio alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, a quien Santos -en marzo de este año- había negado la ejecución de las medidas cautelares que emitió la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para evitar la destitución de su cargo; se adhirió públicamente a la campaña por la reelección de Santos.
Pensar que se trató de un ‘intercambio humanitario’ -como lo sostuvo un militante de la Alianza Verde- no sería del todo errado: Petro le ha ayudado a Santos con su triunfo en Bogotá, ahora Santos debería pagarle el favor dejándolo gobernar hasta el fin de su período. Pero las dinámicas políticas muy pocas veces son parte del goce prospectivo.
Estas elecciones en gran medida se han parecido a un plebiscito por la paz. Los mismos militantes de izquierda se encargaron de llenar a la opción Santos de este contenido. Algunos miembros de Marcha Patriótica se cuidaron de declarar su apoyo a Santos, sustituyéndolo por un apoyo a los votantes de Santos; otros, en cambio, se decantaron por la tesis de: “No apoyo a Santos, sino al proceso de paz”.
Y es que la histeria del uribismo, representada por el candidato Óscar Iván Zuluaga, no dejaba espacio a la indecisión. Si bien Zuluaga había mantenido cierto manejo político zen durante su campaña, en la proximidad de la segunda vuelta, su calculada imagen perdió la compostura. Apareció entonces esa histeria tan digna de Uribe. En el último debate presidencial, Zuluaga le decía al presidente Santos: “Con usted no se puede ser respetuoso”. Rescató muchas de las matrices discursivas de Uribe: “Usted es complaciente con el terrorismo”. No faltaron los sarcasmos y las risitas sardónicas, entre pregunta y pregunta.
Añádase a esto la ‘tuit-vorrea’ a la que Uribe nos tiene acostumbrados: con una serie de acusaciones infundadas y alucinaciones conmovedoras que van desde: “los terroristas obligaron a votar por Santos con amenazas de masacre a los votantes de Zuluaga” hasta: “Santos es el candidato del castro-chavismo”. Y mientras haya Twitter, plataformas mediáticas y conflicto, seguirá. La vigencia de Uribe en la escena política no se explica sin el conflicto.  
Desde luego, los resultados del domingo 15 de junio son complejos y no aceptan lecturas simples. Sí ganó Santos, pero con el 45% de los votos que obtuvo Zuluaga difícilmente puede hablarse de una victoria absoluta. Santos, por el contrario, ni siquiera con los refuerzos de las ‘guardias petrorianas’ y de algunos militantes de la izquierda ha logrado obtener la votación de 2010, del 69,05%, cuando fue el candidato del uribismo. Y eso preocupa.
La negociación con las FARC no será fácil, peor aún el escenario posconflicto. Las resoluciones que se aprueben en La Habana tendrán en el Senado su paso obligado y eso complica las cosas, sobre todo si uno de los que ocupa una curul privilegiada es Álvaro Uribe.
A Santos le queda un pedregoso camino por andar. Aunque existan ciertas condiciones favorables que permitan hablar de un posible fin del conflicto -como: el clima político regional, el debilitamiento militar de las FARC y la voluntad de amplios sectores del país-, existen varias cuestiones por resolver, no solo dentro del sistema político sino también con la ciudadanía.
Ese abstencionismo del 52% -8% menos que en la primera vuelta- necesita ser leído con suma atención, no solo como un fenómeno electoral, sino como señal frente al propio proceso de paz.

sábado, 14 de junio de 2014

Derecha y ultraderecha, no es lo mismo pero es igual

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí



Hace 8 años Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga apoyaban a Álvaro Uribe en su camino a la reelección. Días antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales 2014, un conocido canal de televisión colombiano revelaba un video en el que se mostraba a los 3 juntos en plena campaña de 2006. Hoy esa festiva escena es de archivo.
La opinión pública ha situado, forzadamente y sin ningún rigor analítico, a Óscar Iván Zuluaga como la opción de extrema derecha y a Juan Manuel Santos como el candidato de la centro-derecha. ¿Ideológicamente lo son? O ¿simplemente son nominaciones antojadizas formuladas a partir de las posturas coyunturales de ambos frente al conflicto con la guerrilla?
Las referencias para haber determinado las posiciones de los candidatos dentro del espectro ideológico parecen ser 2: su cercanía o distancia del uribismo y su forma de encarar el conflicto y no otras agendas más allá del conflicto, que permitan definir con mayor claridad su ubicación ideológica.  
La campaña ha girado en torno al proceso de paz. Por un lado, Santos continúa en dirección de seguir con las mesas de diálogo con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Ahora ha incluido al Ejército de Liberación Nacional (ELN) como un actor necesario de lo que llama la “paz integral”.
Por otro lado, Óscar Iván Zuluaga plantea una “paz negociada” con condiciones a pérdida para las FARC, a las que califica como un cartel y grupo terrorista.
Pese a que el debate se ha centrado en esta cuestión, tampoco ha girado en torno a propuestas claras, sino a los dimes y diretes cuasi personales de ambos candidatos. Crear una oposición ideológica entre ellos se vuelve aún más artificial cuando Álvaro Uribe sostiene que Santos es la opción del castro-chavismo y que el presidente colombiano guarda un “silencio cómplice” con el gobierno de Maduro. El mismo estribillo de la derecha cuando no tiene más argumentos, pero que en el caso de Colombia, ha tenido cierto efecto para que Santos mantenga su distancia de Caracas.
En el conflicto sobre el conflicto, más que distancias ideológicas existen disputas discursivas y posturas frente a la paz basadas en intereses políticos y económicos. Lo que sí queda claro es que la izquierda aquí no aparece como la oposición. Por el contrario, las distintas vías para los diálogos de paz han terminado por soslayar cualquier otro tipo de enfrentamiento como el político-ideológico. La izquierda colombiana que muy poco juega electoralmente no ha tenido más que sumarse a la opción “menos mala”. Saber por qué la izquierda colombiana no ha logrado una conexión con el pueblo es otro debate, pero quizá esta sea otra variable que ayude a explicar por qué la opción-Santos resulta ser para muchos esa “tercera vía”.

miércoles, 4 de junio de 2014

El indiscreto desencanto de la monarquía

Publicado originalmente en El Telégrafo aquí

El gran director de cine, e ícono del surrealismo, Luis Buñuel, retrató irónicamente a las opulentas clases europeas en su famosa película de 1972 El discreto encanto de la burguesía que, de paso, le valió un premio Oscar, el primero obtenido por un director nacido en España.

Una serie de cenas entre un grupo de burgueses, que nunca llega a concretarse, desata una puesta en escena que, además de onírica, termina por subrayar el banal modo de ser de una burguesía, que rehúye a las grandes preguntas y sigue su camino sin un sentido claro.
Por eso, no es del todo arbitrario plantear un símil entre el leitmotiv del filme y lo que actualmente ocurre con las monarquías en el mundo, reliquias para unos cuantos románticos, y para otros, instituciones decimonónicas que no movilizan, no proponen y no tienen razón de ser. De los anacronismos más obvios en el siglo XXI. No obstante, esto que pareciera una perogrullada, no es generalizable, realezas como las de Gran Bretaña y Holanda gozan de alta popularidad.
España aparece entonces como la excepción a la regla. El mapa político del país ibérico se halla en cierta transfusión a la izquierda. Los recientes resultados de la elecciones para el Parlamento Europeo descolocaron al bipartidismo dominante -Partido Popular (PP) y Partido Socialista Obrero Español (PSOE)- con la irrupción del movimiento liderado por el profesor Pablo Iglesias, Podemos, ahora, la cuarta fuerza parlamentaria con cinco escaños ganados.
La abdicación del rey Juan Carlos I no puede interpretarse al margen del triunfo de Podemos, y no solo de aquello sino de la agitación social española en ascenso desde 2008 -cuando estalló la crisis-, el Movimiento 15-M, los empañamientos de la propia familia real y la naturaleza caduca de su existencia para el cambio político. Todo esto ha inspirado la consigna: ‘¡Referéndum ya!’ para decidir el futuro de la realeza.
Juan Carlos ha expresado en su decisión la necesidad de “abrir una nueva etapa de esperanza en la que se combinen la experiencia adquirida y el impulso de una nueva generación”, en referencia al relevo del mando por el príncipe Felipe. Los motivos no quedan claros y empiezan a rodar las hipótesis: por salud, por el nuevo escenario político, por los escándalos de corrupción de su yerno, por la crisis institucional, etc.
Echadas las cartas, la jugada del Rey ha sido inspiradora para las nacientes fuerzas políticas como Podemos y Equo, y para otra no tan joven como Izquierda Unida (IU), que ya han comenzado a reclamar un referéndum que decida por la continuidad de la monarquía o el viraje hacia la República.
Tan predecible como cierto, el anquilosamiento del PP y del PSOE y su incapacidad de respuesta, una vez más, han quedado expuestos. Ambos partidos, muy acorde al libreto, han decidido respaldar al heredero, sin tanto preámbulo ni ronda de preguntas.
Para la prensa mundial, el exrey Borbón fue quien ayudó a consolidar la democracia española, pero muy poco o nada ha dicho sobre el ungimiento franquista de Juan Carlos I hace 39 años. El monarca saliente fue designado por el propio Francisco Franco, dictador entre 1936 hasta su muerte en el 73.
La perspectiva de cambio político estaba dada, pero probablemente la velocidad y los alcances eran poco predecibles con lo que hoy sucede. Esta es la oportunidad histórica que tienen los españoles de cambiar el curso de los acontecimientos y decidir por el republicanismo y la democracia plena.
El fin de una monarquía apenas puede marcar el inicio, desde luego, un gran inicio.
Los ciudadanos tienen la última palabra.